Lost in thought and lost in time
While the seeds of life and the seeds of change were planted
Outside the rain fell dark and slow
While I pondered on this dangerous but irresistible pastime
I took a heavenly ride through our silence
I knew the moment had arrived
For killing the past and coming back to life
(Letra de la canción Coming Back to Life -
Pink Floyd)
Namaste India
Una
madrugada cualquiera de Diciembre me encontró con mi bicicleta tirado en el
hall del aeropuerto de Bombay, sin saber que me esperaba. Salí con ansiedad y
hasta un poco de miedo. La ciudad se despierta ingenua. Mi corazón explota
cuando mis sentidos se encuentran con India. Me pierdo. Pedaleo durante horas
sin dirección. La calle huele a inciensos. Aquí un hombre bañándose en la
vereda, otro se afeita, la vaca los ve y no le importa, una señora se peina el
negro cabello para empezar prolija el día, su brillante sadi contrasta con las
oscuras paredes. Esquivo un árbol de Banya que está en el medio de la calle,
quedo atónito con la figura de este ser viviente. Pero el tráfico me empuja y
debo seguir. Los señores mueven la cabeza de lado a lado sonrientes. A mí me
dan ganas de abrazarlos. Te con leche (chai). El primero de millones, en un
banquito, a la sombra. Unas cincuenta ya, las sonrisas recibidas y todavía no
es ni mediodía.
Carros,
motos, rikshas (motitos taxi), autos y ruidos. Esa estación de tren? Imponente,
se la olvidaron unos señores elegantes que hablaban perfecto ingles. También
dejaron colectivos rojos de dos pisos que ya deben tener unos cuantos años. ‘No
será Londres?’ ‘No, mira toda esa basura, qué Londres?, parece el riachuelo’.
Cada rincón está vivo, comida por todos lados, los chicos juegan cricket en la
plaza, los mendigos duermen en la vereda. No veo la hora de salir a caminar
esas callecitas. Pero hoy estoy cansado, necesito dormir. La bici en la ciudad,
que problema. Finalmente encuentro una celda, perdón un ‘hotel’. Dejo la bici
en la recepción y paso la primera noche... entre inciensos y curry.
Bollywood
El tiempo
en Bombay se me pasa explorando su día a día. Tomando una cerveza, solo, en un
bar (placer que no me podía dar hace rato), una extraña invitación: ‘Queres
hacer de extra para una película de Bollywood?’ ‘ Por qué no?’.
No les voy
a mentir, sonaba más divertido de lo que realmente fue. Con unos quince otros
turistas, todos en un bus a un estudio de grabación en medio de un ‘slum’
(villa miseria). Nuestro papel es el de invitados al casamiento de una chica
extranjera con el indio protagonista de la película. Pero resulta que el indio
era gay y la boda es interrumpida por su novio que llega en un helicóptero
(ajaja todavía me da gracia la
historia!). Todo lo que hicimos fue, ‘shanti shanti’ (despacio despacio),
filmar esta escena. Los indios se toman su tiempo y nos llevó todo el día
hacerla. Yo trate de poner mi mejor cara de sorpresa ante la (imaginaria)
llegada del helicóptero. Así me gané 900
rupias, en el primer paso de un difícil camino a la fama.
Navidad se
acercaba, y como siempre, solo y sin planes. A diferencia del año anterior
donde la soledad del desierto mordía los huesos, Bombay es un lugar donde no debería
ser difícil encontrar extranjeros para celebrar. Aún así me las ingenié para
que siendo 24 a la noche, no tenia absolutamente nadie con quien brindar. Me
fui solo a un famoso bar llamado Leopolds y me senté en la barra. Para mi
sorpresa, casi no había extranjeros. En la tele pasan la Premier League inglesa
que me entretiene un rato, pero mi cabeza se inunda un poco de tristeza... otra
vez solo!... Al lado se me sienta un ingles, al verle la cara me pude dar
cuenta que estaba en la misma situación que yo. ‘Happy Chirstmas’ le digo,
dando inicio a una amistad tan efímera como la navidad misma, porque será la
primera y última vez que vea a mi nuevo amigo. Pero esa noche la celebramos a
lo grande. Recorrimos las calles (y bares) de Bombay hasta que el cuerpo y la
cabeza dijeron basta. El último recuerdo que tengo es de mi amigo en la vereda,
comiendo la comida que un vagabundo le regaló.
En los próximos
días puse la bici a punto y empecé a pedalear hacia el sur. El invierno es el
momento perfecto para recorrer la India tropical.
Carrera
a Goa
Para salir
de Bombay me tomé un corto ferry que me evitaba salir por autopistas y me
dejaba ya en la zona rural. Tenía en mi cabeza el plan de llegar a Goa para año
nuevo, ya que es donde se agrupan todos los extranjeros para esta fecha. Me
separaban 500 kms y tenía cinco días. Exigente pero no imposible, hasta que descubrí
la ruta que me esperaba.
Para evitar
la principal ruta hacia el sur, opté por unas rutas secundarias que bordean el
mar, pero dada su cercanía a este, se cortan reiteradas veces en las
desembocaduras de los ríos, donde sin puentes, hay que tomar ferrys. La ruta es
angosta y poco transitada, por momentos está destruida. Voy pasando aldeas
tapadas de palmeras y plantas de banana, con una vida muy simple.
El haberme
puesto un objetivo exigente, por momentos, me arruina el espectacular escenario
por el que pedaleo. ‘ Siempre estas apurado Pablo’ me dijo un día mi amigo Dan
en el desierto del Sahara. Aquel entonces traté de auto-justificarme. Siempre
se pueden encontrar razones para estar apurado. Ahora en retrospectiva me doy
cuenta cuantas veces en mi vida me mentí a mí mismo, poniéndome objetivos que no
tienen razón de ser y que no hacen más que condicionarme el día a día.
Pero el mar
sigue a mi derecha y por momentos encuentro la paz para contemplar su
inmensidad, escapando un rato del estado de ‘tenes que pedalear’ que me
torturaba.
Empecé a
probar las primeras caricias de las familias indias que me invitan a tomar té,
comer algo o simplemente charlar.
La ruta se
repite en su geografía. Subo una empinada cuesta hasta una planicie que parece
una savanna, muy calurosa, para siempre bajar abruptamente al verde tropical
que acompaña al rio. Para cruzarlos me tomo ferrys de todo tamaño y color,
algunos barquitos de madera donde apenas entra la bici, otros de los grandes
que cargan autos.
Cada vez
que paro y miro a mi alrededor, la gente, el paisaje y tomo conciencia que
estoy pedaleando en India, hay una sensación increíble que recorre todo mi
cuerpo.
Finalmente,
el mediodía del 31 me doy por vencido. No lucho más conmigo mismo. Faltando
solo 70 Km para llegar a Goa, en un pueblito costero, me doy un baño en el mar,
tomo una cerveza bien fría y me digo: ‘Paso el año nuevo acá’. Lo que me relajé
es indescriptible, simplemente borrando una regla que yo mismo inventé.
Ese día había
un festival con músicos locales en esa playa. Muchas familias se acercan a
comer y escuchar un poco de música india en vivo. Yo camino un poco por la
playa despidiendo en mi cabeza un 2013 que fue, sin dudas, el año más intenso
de mi vida. De repente, como dos ángeles, una pareja de chicos indios me
invitan a que los acompañe en su cena. Charlamos de la vida gracias a su buen
ingles y cuando llego el 2014 tuve con quien compartir un abrazo.
Los próximos
días me encontrarán en Goa. Apenas cruzo la frontera de este estado empiezo a cruzar scutters con turistas, los
primeros después de una semana. Conozco dos ciclo viajeros, Fabian y Thamas,
apenas llego, pero ellos se estaban yendo. Luego el destino me volverá a cruzar
con ambos más adelante. Paradójicamente Goa resulta un lugar en el que me
siento muy muy incomodo (después de tanto apurarme!!!). Este pequeño estado es
el que alberga más turistas y realmente no es un lugar para vivir la India,
sino para escapar de ella. Cafés y restaurantes con comida occidental, locales
de ropa y accesorios con los que en treinta minutos el CEO de JP Morgan se
convierte, por unas pocas rupias, en el más hippie de todos.
El confiar
mucho en la gente es algo hermoso y que me ha permitido disfrutar de
experiencias únicas, pero no aplica para los lugares turísticos. Tardecita en
Goa. Dos chicos indianos me invitan a que los acompañe con unas cervezas. Muy simpáticos
charlamos de la vida hasta que oscureció. Me invitan a cenar , yo sin dudar
acepté. Vamos los tres en una motito hasta las afueras de Arambol (la ciudad).
‘Vamos primero a lo de nuestro jefe’ (la cosa ya se empieza a poner extraña…).
Llegamos a la casa donde habían otros dos hombres. Me invitan a sentarme en el
living y al ratito nomas el ‘jefe’ empieza a hablar de cosas que yo no tenía ni
idea. ‘Qué opinas del negocio?’ me dice. ‘¿Qué negocio? Le pregunto, ‘¿No te
dijeron nada?’, ‘No, no sé de qué estás
hablando’ le contesto. La cara del ‘jefe’ y la situación se empieza a agitar un
poco. De repente veo la escena tomando un poco de distancia: estoy solo, en las
afueras de una ciudad en India, con cuatro tipos que ni conozco en una casa, me
podían hacer a la parrilla que nadie se enteraba. ‘¿Vos vas a volar afuera de
India hacia Europa o América?’ Siguió el jefe. ‘Sí, tal vez’. ‘Bueno,
necesitamos que lleves unas joyas,…’ Siguió explicando el negocio pero mi mente
se apago, mis ojos ya buscaban una rápida salida. ‘Perdón, pero no quiero saber
nada con esto’ casi tartamudeando. El hombre se da vuelta y les empieza a
gritar los dos chicos con los que vine, yo aproveche para pararme y salir
corriendo. Después de un rato caminando en la oscuridad llegue a la zona
turística de nuevo, con las piernas temblando!. Semanas más adelante me enteré
de otros chicos, que sufrieron cosas muy similares, con los mismos personajes!!
Filosofando
entre cocos y bananas
También escapé
de Goa a los pocos días. Me instalé un poco más al sur, en Gokarna. Una ciudad
sagrada para los hindúes en el estado de Kernataka. Aquí encontré una playa muy
tranquila, con bungalos frente al mar y la paz que necesitaba.
Son días en
los que conocí gente muy interesante, entre ellos, un ciclo viajero austriaco,
Klaus, con el que luego compartiremos mucho tiempo juntos casi por azar.
Aprovechando
la quietud de este paraíso tropical, empecé a conocer un tal Krishnamurti. Este
filósofo indio, recomendado inicialmente por mi padre, me hizo explotar la
cabeza. Sus diálogos son un canto a la libertad del espíritu. Entre alguna de
sus ideas plantea que lo real, lo inconmensurable, lo que está fuera de los márgenes
del tiempo aparece cuando cedemos con toda lucha y búsqueda. No existe
profesor, técnica o camino, lo real simplemente esta allí. Aceptar en lugar de
esforzarnos por cambiar, es lo único que lleva al cambio profundo. En palabras
de Krishnamurti… ‘Simple no es una persona que se viste con trapos o come una
comida al día, simple es quien posee una mente libre de deseo’. No lo tomo como
la verdad revelada, pero que brillante. Me encuentra en un momento de una gran
lucha interna por cambiar, por cultivar virtud… y las palabras de este filoso
me regalan una enorme confusión, pero también mucha paz. ¿Cuál es la diferencia
entre una mente que está sedienta de cosas materiales y una sedienta de nuevas
experiencias?
Recomiendo
la lectura a los interesados!!!
India
tropical
Fogones en
la playa, guitarreada y cerveza. Así serán los últimos días en este hermoso
lugar.
Después de
casi diez días sigo pedaleando rumbo sur. El plan es llegar a Kanyakumari, el
punto más austral de la India. Los primeros días voy acompañado por Fabián, el
alemán que conocí en Goa.
Te con leche,
bananas y arroz constituyen el 95% de mi dieta diaria. La comida india es
riquísima, aunque solo en las zonas turísticas están los platos más elaborados.
Fuera de ella, donde paso casi todo mi viaje, la comida es bien simple, generalmente
arroz, una sopa de lentejas y un poco de verdura salteada picantita con curry.
Siempre con re-fill gratis para comer hasta reventar. Se come solo con la mano
derecha (sin cubiertos) y muchas veces hojas de banana hacen de plato.
Entrando en
el estado de Kerala la ruta costera está muy cargada de tráfico y mi cabeza no
da más. El transito aquí tiene sus propias reglas. Aprenderlas me llevo días y
muchos enojos. Por ejemplo, siempre tiene prioridad el vehículo de mayor tamaño,
entonces un colectivo jamás le dará paso a nadie. La bocina sirve para avisar
que uno está pasando, y la usan todo, absolutamente todo el tiempo, de hecho
los camiones tienen pintado ‘Blow horn please’. No importa si viene un auto de
frente (mucho menos una bicicleta), se mandan a pasar como vienen, avisando con
la bocina que van. Así terminaba en la banquina cada dos por tres, con una
bronca que me salía por los poros. Despacito fui entendiendo que era la regla y
que hasta los autos se tiraban en la banquina para dar lugar a los apurados vehículos
de mayor porte.
Aturdido y
nervioso decidí dejar la ruta, para pedalear por las montañas del estado de
Tamil Nadu. Rutas secundarias muy pacificas y rodeadas de una naturaleza
impresionante me fueron llevando por las montañas que hacían de ‘hill station’
para los ingleses en tiempos de colonia. De repente, me encuentro rodeado de
plantaciones de té que cubren todas las montañas, en un escenario único.
Supero los
dos mil metros de altitud, donde a la noche se pone bien frio. Un placer
viniendo del sofocante calor.
No dura
mucho la aventura en las montañas y a los pocos días estoy de nuevo al nivel
del mar, esta vez no en la costa, sino bien al centro.
La gente
reacciona de dos maneras cuando pregunto por un lugar donde tirar la carpa: o
me rechazan de manera bastante desagradable o me reciben con muchísimo cariño.
Recibo la hospitalidad de familias, chicos de una iglesia católica me invitan a
un banquete, hasta termino durmiendo en un templo de Shiva con los babas.
También
paré unos días en un pueblito rural, donde sacrificaron una gallina para
celebrar mi bienvenida. La gente se acerca a la casa donde me estoy quedando,
señoras grandes, hombres y chicos. En las casas hay animales por todos lados y
plantaciones todo alrededor. Es gente que trabaja la tierra con sus manos. Las
mujeres hacen trabajo físico a la par de lo hombres. Ellas con sadis coloridos,
ellos con una tela que cubre las piernas llamado ‘lungi’, que frecuentemente lo
recogen y dejan como un pañal.
Una familia tiene un pequeño taller textil de
maquinas viejas y ruidosas. Me invitan todas las mañanas a desayunar con ellos
y que hable ingles con su pequeña hija.
Un día me
llevaron al cine a ver una película donde actuaba una celebridad de Tamil Nadu.
La peli dura tres horas, hasta tiene intervalo. Los primeros planos, los bailes
y el héroe de la película me estaban entreteniendo bastante, hasta que empecé a
tiritar. En el camino a la casa me di cuenta que algo andaba mal. No paso mucho
tiempo desde que me acosté hasta que empezar a volar de fiebre. Primera caída
en este largo viaje, un golpe al autoestima que se cree indestructible. Yo
pensaba salir el próximo día pero me vi obligado a quedarme. Visite un medico,
yo estaba convencido que tenia malaria o dengue. Por suerte el médico me dice
que es solo un resfrío (violentos los resfríos indios). Reposo, pastillas y en
un día estaba como nuevo. Igual no puedo mentir, me asusté un poco. Son estos
los momentos que te das cuenta cuán lejos está tu gente.
La ruta
hasta Kanyakumari seguirá muy tranquila, plana y con poco transito.
Plantaciones de arroz y montañas de roca me regalan una foto bien asiática
antes de llegar a la unión de los mares.
El ultimo día
antes de llegar, mientras tomaba un chai mañanero al costado de la ruta,
aparece un enorme elefante todo adornado. Mi asombró de tener semejante bestia
al lado era grande, pero más me asombró el ritual que le siguió: El dueño del
local sale con una baldecito de agua, el elefante la absorbe con la trompa y
acto seguido lo empapa de pies a cabeza. Le da una rupias al dueño del elefante
y se vuelve a su local. El elefante sigue su lento paso sobre el caluroso
asfalto. Increíble India.
Llego a
Kanyakumari. El mar es azul profundo y choca violentamente contra las rocas.
Contemplar el mar es siempre inspirador, pero aquí hay tantos turistas indios
que estoy un poco alterado. Y como siempre, salgo apurado a la caza de algo
diferente: esa misma noche me tomo un bus para volver al norte, donde decido pedalear los tres meses que me
quedan. En mi cabeza tengo la idea de encontrar un lugar donde pasar un poco de
frio, cansado de un año y medio de verano ininterrumpido, y ese lugar se llama Himalaya.
El bus me
deja en Chennai donde conecto un tren a
Varanasi que se demora 40 horas. La cultura india está marcada por los trenes y
desde que llegue a este país sabía que quería vivir un viaje larga distancia.
El viaje en
tren es divertido. Entre millones de indios tengo la suerte que se me sienta al
lado un simpático israelí, Losa, con el
que puedo hablar ingles. Cada compartimiento aloja ocho personas. En la pared
están las camas que se fijan solo por la noche (sino es imposible sentarse). Es
un constante ir y venir de gente vendiendo todo tipo de bebidas y comidas. Las
familias se traen un arsenal de comida en bolsas.
El tren
recorre las grandes planicies que hacen a este país. Dejamos atrás el verde
tropical, todo se va secando y poniendo más gris. Entramos en el superpoblado
estado de Uttar Pradesh, donde me espera la sagrada ciudad de Varanasi.
Todo
Fluye
Vienen
cantando, uno atrás del otro. Por los angostos callejones pasean adornados
cuerpos hasta bajarlos por las enormes escalinatas que bajan al Ganges.
En el
crematorio el escenario es irreal. Todo lo que mi vista tiene enfrente está
pintado de negro, por un humo eterno, cientos de años de fuegos
ininterrumpidos. Los edificios están abandonados. Hay madera, mucha madera, una
muralla de troncos para los muertos de hoy y los que vendrán.
Al cadáver
lo llenan de agua de rio, antes de taparlo con madera y dejarlo arder.
El silencio
es solo interrumpido por el ruido que hace el fuego cuando está hambriento.
Ver carne humana quemarse, sentir el olor de
un cuerpo que se hace cenizas, es algo tan difícil de digerir. Me puedo pasar
horas mirando sin realmente comprender que lo que ahí se está volviendo polvo
ayer sonreía. En nuestra sociedad la
muerte es tabú. Porque le tenemos miedo. Miedo de perder el yo que moldeamos,
todo lo que hemos acumulado. Y en un segundo, ese castillo que tanto esfuerzo
nos llevo construir se derrumba, como si fuera uno de naipes (no lo es?)
En un
atardecer sin sol en el horizonte, miro el sagrado rio… que no deja de pasar.
Segundo
tropezón tampoco es caída
La brújula
de la poderosa apunta al norte. Los próximos meses del viaje serán entre las montañas
más altas del mundo. El plan es cruzar los estados de Uttar Pradesh y Bihar
hasta llegar a Nepal y luego ir bordeando los himalayas hasta que se me venza la
visa.
Pedalear en
los estados más superpoblados de la India fue difícil. La gente, tanta gente. No
podía bajarme de la bici, automáticamente tenia quince personas alrededor.
Algunos juegan con los cambios de la bici, otros simplemente se me sientan al
lado y me miran, sin pestañear. Se genera un fenómeno de las masas: cuando
gente ve que hay mucha gente reunida se acercan por curiosidad, entonces la
gente se acumula y renueva, asegurando un grupo de espectadores todo el tiempo
que este allí sentado, tratando de disfrutar el té.
Aún siendo
los estados más pobres del país, recibí la hospitalidad y el cariño de familias
que no miden. De hecho la agenda en la que escribo estas palabras llego a mis
manos uno de esos días (agenda India de 1999, una reliquia)
La ruta
alterna entre un asfalto muy respetable a un ripio insoportable. El paisaje es
muy rural, plano, con pueblos humildes, gente y animales que trabajan la
tierra.
Una tarde
me encontró bailando en un escenario para celebrar uno de los tantos dioses
hindúes con otros diez chicos de un pueblo. Acampe abajo del escenario. Esa
noche, volvió la fiebre.
Dado que me
encontraba en un pueblo muy pequeño decidí salir de todas maneras, al menos
hasta una ciudad donde pueda encontrar un cuarto para descansar. Desayuno y
fotos con una familia y salgo. Los setenta kilómetros se me hicieron eternos.
Llegue a una ciudad con la fiebre bastante alta. Encontré un cuarto y ahí me
quede transpirando por dos días, solo interrumpiendo el sueño cuando el dueño
del hotel me golpeaba la puerta y me insistía que bajara a comer. Como nunca.. Que
ganas de estar en mi casa. Pero lo que no te mata te hace mas fuerte… dicen…
Encontré un
patrón en mis dos caídas en este viaje. Las dos veces tome agua de pozo de los
pueblos en los que me quede. Otra lección para el superhombre que toma agua de
todos lados.
Pasé ocho
días en esta ciudad a solo cuarenta kilómetros de la frontera nepalí. A partir
del tercer día ya me sentía mucho mejor, pero como me esperaba el frio clima de
los himalayas decidí hacer un buen reposo para subir con la barrita de energía
completa.
Aproveche a
escribir el mail anterior (camino de Irán a la India) que me llevo un día
entero de redacción y otro de tipeo… se están volviendo largas las historias!
;)
Son días en
los que llueve mucho y la ciudad es un gran barrial, de cielo gris, frio, gente
tapada con mantas, todo lo opuesto al verde y alegre sur. Disfruto de
simplemente sentarme en la calle, tomar chai bajo un techito y mirar las cosas
cotidianas de una ciudad cien por ciento india.
Una mañana
de mucha neblina salí rumbo a Nepal. El barro hace todo lento y difícil. La
India como despedida me regala otro de sus espectáculos: antes de cruzar la
frontera en una ruta de ripio que de repente se hizo autopista, dos elefantes
caminando por el carril rápido, en contramano. Nadie se animo a multarlos.
En una
frontera sin militares ni barreras, un señor sale de una casita: ‘Namaste,
welcome to Nepal Sir’
Donde
Buda conoce a Shiva
Volver a
Nepal, que alegría. Este pequeño país lo conocí hace un poco más de dos años
atrás, donde tres semanas de vacaciones y los beneficios de la aerolínea me
permitieron tener una pequeña muestra de sus sabores. Mi cabeza estaba llena de
preguntas ¿Cómo será la experiencia ahora viniendo de un entorno tan diferente?
Aquella vez
deje la oficina un viernes a la tarde y el domingo a la mañana me recibía Katmandú.
La ciudad me shockeo. El primer día casi no quería salir del cuarto. Las
calles, la gente, el ruido me intimidaban pero finalmente todas esas cosas me terminaron enamorando.
Por ello el primer destino con la bici era la alocada capital Nepalí.
El cambio
en la gente entre un país y el otro es increíble, solo para ilustrar, en Nepal
ni el dueño del local de chai se me acerca a preguntarme que quiero. Un poco de
paz.
La primera
noche en Nepal me encuentra acampando en el predio policial de un pueblito
frente al primer cordón de montañas pre-himalayas. Ceno con los hospitalarios
policías, me invitan un poco de ron y el jefe termina queriéndome prestar su
arma reglamentaria, cargada de balas!.
Tenía dos
rutas a Katmandú, el valle, más largo y con camiones, o el atajo a través de las
montañas. Obviamente elegí la segunda opción, que implico un sube y baja más
duro de lo que pensé, pero de paisajes impagables.
Subo, subo
todo el día. Lasa casas pasan a ser refugios de madera, tan cálidos que me dan
ganas de meterme adentro. El frio se empieza a hacer sentir. Termino cenando y
compartiendo el fuego con una familia en una casita perdida entre los valles.
La próxima
mañana alcanzo la cima del paso a unos 2600 mtrs snm (con nieve incluida). Al
llegar todo lo que mis ojos pueden ver en el horizonte es una larga línea de
gigantes de roca que se pelean por tocar el cielo. Es tan espectacular la vista
de los himalayas que hasta se me cae alguna lagrima. No me lo esperaba. Es uno
de esos momentos que le dan razón de ser a tanto esfuerzo.
Paradójicamente,
una mañana tan especial termina con una tarde pedaleando entre tierra y
camiones en las afueras de Katmandú. No llego a la ciudad y tiro la carpa unos
18 kms antes, al lado de una granja de pollos (no se imaginan el olor!).
Finalmente
en Katmandú. La ciudad que me llegó a intimidar ahora me pareció una ciudad
bastante tranquila para ser capital y muuuy turística comparado con la
experiencia india. Pero las callecitas, los balcones de madera, el cablerio,
los templos, los patios internos y
pasadizos, todo tan viejo, sucio y abandonado…los budistas rezándole a Shiva,
hindúes poniéndole el tercer ojo a Buda,
tantas caras y colores… Katmandú me volvió a enamorar.
Pase los
primeros días disfrutando un poco de los placeres occidentales que ofrece esta
turística ciudad, café, medialunas, internet!.
Me reencontré con el Rodri, un argentino que conocí en Varanasi. Es un
cordobés puro corazón con el que nos la pasamos tomando chai en la calle,
mirando la locura de la ciudad mientras filosofamos de la vida.
Después de
una semanita de relax salgo derecho para las montañas. Dos días pedaleando al
costado de hermosos ríos de deshielo me llevan al lugar donde vivo una
experiencia que cambiara mi forma de interpretar mi vida y la realidad del
mundo que me rodea.
Nadología
Erase una vez un joven profesor
que navegaba los mares. Era un hombre muy educado pero con pequeña experiencia
sobre la vida. Entre los tripulantes del barco que viajaba un marinero
analfabeto. Todas las tardes, el marinero visitaba el cuarto del joven profesor
para aprender sobre diferentes materias. Estaba muy impresionado por los
conocimientos del joven hombre.
Una tarde el marinero estaba
por retirarse del cuarto luego de una extensa conversación cuando el profesor
le pregunto, "Viejo hombre, haz estudiado geología?"
"Qué es eso señor?"
"La ciencia de la
tierra"
"No, señor, yo nunca fui
a la escuela ni a la universidad. Nunca estudié nada."
"Ayyy viejo, haz
desperdiciado un cuarto de tu vida."
El marinero se retira con
mucha tristeza. "Si una persona tan estudiada dice eso, debe ser
verdad," pensó. "He desperdiciado un cuarto de mi vida!"
La próxima tarde cuando el marinero
se retiraba del cuarto, el profesor le pregunta nuevamente, "Viejo marinero,
haz estudiado oceanografía?"
"Señor, que es eso?"
"La ciencia del
mar."
"No señor nunca estudié
nada."
"Viejo, has desperdiciado
la mitad de tu vida."
Con gran tristeza el marinero
se retira: "Si este hombre lo dice, he desperdiciado la mitad de mi
vida."
El próximo día se repite la
misma escena: "Viejo hombre, haz estudiado meteorología?’
"Que es eso señor? Nunca
lo oí en mi vida."
"Por qué? Es la ciencia
del viento, la lluvia y el clima."
"No, señor. Ya le dije,
nunca fui a la escuela, nunca estudié nada."
"No has estudiado la
ciencia de la tierra en la que vives; no has estudiado la ciencia del mar en el
que te ganas la vida; ni tampoco has estudiado la ciencia del clima que te
encuentras cada día? Marinero, has desperdiciado tres cuartos de tu vida."
La infelicidad del marinero
era enorme: "Este hombre que tanto ha estudiado dice que desperdiciado
tres cuartos de mi vida! Realmente debo haber desperdiciado tres cuartos de mi
vida."
Pero el próximo día fue el
turno del viejo marinero. Fue corriendo al cuarto del profesor gritando,
"Profesor, señor, disculpe, a estudiado nadología?""
"Nadología? A que te refieres?"
"Si sabe nadar señor?"
"No, no sé nadar."
"Profesor, usted ha
desperdiciado toda su vida! Este barco golpeó una piedra y se está hundiendo.
Solo aquellos que saben nadar tal vez puedan llegar a la costa más cercana,
pero aquellos que no saben se ahogaran. Lo siento mucho profesor, usted ha
perdido su vida."
Shine on you crazy
diamond
El cuento que acaban
de leer no es producción propia, sino que es un cuento que comparten el último día
de un curso de meditación vipassana que participé. Se los comparto porque tiene
un mensaje que para mí fue de muchísimo valor. Vivimos en una sociedad donde
alimentar el intelecto lo es todo. Conocemos todo menos a nosotros mismos. Yo
me pase dieciocho años de mi vida en un aula y nunca aprendí tanto sobre mi
persona como en estos diez días.
Les comparto mi
experiencia, no para que solo la lean a modo de entretenimiento. Describo lo
que pasa en mi cabeza con la clara intención de sembrar dudas, dudas que
derivan en acción y cambio. Así nos contagiamos las cosas buenas de la vida.
La meditación
vipassana viene de Burma (Myanmar). Quienes la practican dicen que es la
técnica que enseñaba Buda a sus seguidores, y que su enseñanza se ha mantenido
intacta por 2500 años.
Quienes me conocen
saben lo racional y lógico que he sido toda mi vida. Romper esa barrera me es
siempre difícil, pero un curso que es gratuito y del que todos me hablaban como
un antes y un después, era garantía que tenía algo valioso para ofrecer y no es
parte del gran negocio espiritual que uno puede encontrar en la india. A mí me
llega por el boca en boca, ese contagio que a mí me llego es el que les quiero transmitir
con estas líneas.
El curso consiste en
diez días de total silencio, sin lectura, música, ejercicios, ni nada que a uno
lo pueda distraer. Cada día hay programadas diez horas de meditación, solo
interrumpidas por desayuno, almuerzo y un té por la tarde. El día empieza con
un bong a las cuatro de la mañana, donde se inicia con la meditación.
Apenas llego al centro
se respira un gran nerviosismo y ansiedad, todavía no rige el silencio por lo
que aprovecho a charlar un poco. Hay unas 25 personas, mitad hombres y mujeres.
Luego nos separaran por el resto del curso. Me toca compartir cuarto con dos
chicos franceses con los que nos veremos las caras todo el tiempo pero no nos
podemos hablar.
El lugar donde está
situado el centro es un sueño. Con la cadena montañosa de los Annapurna justo
en frente (una de las más altas del mundo), en medio del bosque, con el
pintoresco lago Begnas a los pies… así va a ser fácil meditar.. Pensé… no sabía
la que me esperaba!
Los primeros tres días
son durísimos. Físicamente el sentarme con las piernas cruzadas durante tantas
horas me vuelve loco, más teniendo en cuenta que pedaleo hace veinte meses sin
elongar!. Psicológicamente hay una lucha con una mente salvaje. La meditación
inicial consiste en un ejercicio donde simplemente tenemos que tratar de
enfocarnos en la respiración, nada más. Algo que suena tan simple como sentarse
y concentrarse en lo que el cuerpo hace automáticamente, respirar. Pensamientos
de todo tipo invaden la mente y uno pacíficamente vuelve una y otra vez a la
respiración. (Los desafío a que lo prueben ahora, solo cinco minutos ).
Mirar cada mañana,
después de dos horas de meditación, la salida del sol, inundando de fuego los
colosos nevados, era un milagro de la vida, sentía que me podía quedar allí en
pausa, para siempre.
A partir del cuarto día
nos enfocamos solo en la zona entre los labios y la nariz, para el quinto día
pasar a escanear todas las sensaciones del cuerpo, de pies a cabeza. Acá no hay
religión involucrada, no hay secta, gurú, mantra ni nada que imaginar. Es la
mente observando materia, es uno experimentando su propio cuerpo.
La sensibilidad
alcanzada a medida que pasaban los días me llevaba a que tal vez podía estar
cuarenta minutos comiendo cuatro pedazos de manzana. Es que cada mordisco era
un universo de vibraciones alrededor del cuerpo. Por primera vez en mi vida
sentí que estaba, con cuerpo y mente, en ese momento. Hasta que me daba cuenta
y se perdía (si pensas que estás viviendo el momento, ya no lo estás viviendo).
En el curso se plantea
que la principal fuente de la miseria en la que vive el hombre es su
insatisfacción, que nace de desear cosas que no suceden o el rechazo de otras
que sí. Observando las sensaciones mientras meditamos, tratamos de mantener
ecuanimidad, sin desear esas lindas vibraciones que me da la manzana, ni rechazar
los terribles dolores en las rodillas. Aceptando las cosas tal cual son. (Me
recordaba mucho a Krishnamurti)
Una de las mas lindas
sabidurías que comparten es la de hacernos responsables de nuestros
pensamientos. Los únicos dueños de lo que pasa por nuestra cabeza somos
nosotros, entonces cuando estamos cargados de negatividad y enojo, no es culpa
de nadie más que de nosotros mismos y nuestra interpretación de lo que a
nuestro alrededor sucede. Ser positivo es una elecciónJ.
Y para ir terminando
con la parte espiritual, una de las mayores lecciones, que comprendí, no a modo
intelectual, pero en mi propia carne, es la de impermanencia. Yo estaba
convencido que con el pasar de los días el terrible dolor físico se iba a ir
yendo, y mi meditación sería mejor y mejor. Nada de ello paso. Cada vez que
pensé que había ganado luego de una buena sesión de meditación con poco dolor,
la próxima, pensando que ya había superado ese estado de pena, el dolor me
volvía loco. Aceptar la impermanencia es aceptar la vida con todos sus dolores
y que el ‘feliz para siempre’ no existe más que en nuestras mentes.
El curso se termina.
Volver a hablar fue tan extraño. Es notable como la mente se llena de
pensamientos apenas uno enchufa la maquina. Hablando, escuchando música,
leyendo libros, Pum, la paz desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
El curso es durísimo,
pero lo más difícil es mantener la meditación cuando uno vuelve a su día a día
y la locura de la sociedad.
Back in Babylon
Con los amigos del
curso nos fuimos todos a Pokhara. Junto con Javier, de Mexico, Grego y Sebastián
de Francia, compartimos los especiales primeros días post curso, disfrutando de
volver a la civilización y tratando de mantener las sesiones de meditación!
Por momentos siento que estoy exactamente
igual que antes del curso, pero por otros observo reacciones y pensamientos en
mi que nunca tuve, especialmente cuando me invado de pensamientos negativos…
quedan ahora muy evidentes. También de a ratos me siento con una gran paz
interior, como que nada puede ser mejor. Obviamente sigo teniendo la humana
reacción de tratar de atarme a esos momentos, pero vienen… y se van.
En Pokhara festejamos
Holi. La gran fiesta hindú, llena de colores la gente se polvorea con mucho
cariño. Nosotros terminamos bañados de pintura.
Después de este largo
y especial parate volví a la bici. Paso una semana pedaleando el valle que
bordea los himalayas en el oeste nepalí. Nunca disfruté tanto una ruta como
esos días. Todo tiene una singularidad única, todo está vivo, no hay dos árboles
iguales, las hojas bailan cada una su propia melodía. El mundo que me rodea no
le pongo nombre y se muestra en toda su belleza. La vida en las aldeas, los
carruajes, unos con búfalos desprolijos, cansados, otros tirados por elegantes bueyes,
de blanco, con una sincronización y presencia que podrían llevar una princesa
en lugar de todo ese pasto.
Los colores, los
contrastes, como si me hubiera metido en una obra de arte, de autor anónimo.
Con el silencio de una
ruta toda para mi, volví a la alocada India.
Tengo en mente un
lugar invernal, de ventanas empañadas.
Camino al norte indio,
la ruta esta apestada y yo quiero escapar. Siguiendo mi atlas de la India, me metí
por rutitas secundarias que me regalaban la paz que necesitaba, solo por
momentos. Llegue hasta un pueblo donde la ruta se corta, una barrera de parques
nacionales en el medio y del otro lado
una ruta , casi un sendero, de piedra suelta. Ahí me entere que me estaba
metiendo en una importante reserva de tigres.
En el pueblo me
advierten sobre el peligro de estos hermosos animales. Pero yo también soy
tigre en el horóscopo, no pasa nada. Cuando paso la barrera los militares me
advierten que son cuarenta kilómetros de reserva, sin pueblos. Son las dos de
la tarde y ya hice unos setenta kilómetros que se sienten en las piernas.
Apenas meto la nariz en la selva me doy cuenta que va a ser durísimo. Las
ruedas bailan sobre las piedras y no puedo ir a más de 5kms/hr. Una familia de
ciervos se me cruza, y hasta se paran a mirarme. Hermoso. Me di cuenta que me
estaba metiendo en un lugar realmente salvaje. Pienso en volver, por miedo que
se me haga de noche en la reserva… pero volver a la ruta y la bocina… un poco
de aventura pienso…
Sigo luchando con las
piedras. Cada vez que freno, o hasta camino (que no hace mucha diferencia) es
una sinfonía de pájaros y monos. Tantos monos!. Llego hasta la casa de unos guarda
faunas. Les juro que parecía Jurassic Park. Alambrados de dos metros
electrificados protegen todo el predio, lo cual me dio más miedo aún! De que se
protegen tanto?. Trato de averiguar si hay alguna aldea adelante pero la
comunicación se hace difícil sin ingles.
Después de casi tres
horas, habiendo hecho solo 16 kms, me cruzo un tractor de indios que roban leña
del parque. Me ofrecen un jalón que acepto, pero antes de los tres kilómetros
les pido que me bajen. El tráiler salta tanto que mis huesos están por
quebrarse. Me dicen que hay asfalto a diez kilómetros, lo cual me deja más
tranquilo.
Una vez allí voy con
el sol cayendo, cansado y apurado por llegar a algún lugar poblado. Finalmente
salgo del parque y llego a una aldea donde un señor me invita a su casa.
Contento y triste, de no haberme cruzado un tigre (pensaron q aparecía uno no?,
bueno les regalo uno: Faltaba muy poco para salir del parque cuando decido
pararme a comer unas bananas que estaba cargando. El ruidoso grito de los monos
se silencia por primera vez. También los pájaros dejan su cantar. ‘Los debo
haber asustado’, pienso. Tomo un poco de agua , tibia a esta altura. Miro unos
arbustos que se mueven, no muy lejos de la bici. Espero la salida de un mono,
uno de los tantos, pero no. Un tigre se asoma sin miedo. Parece no entender el
caballo de aluminio que tiene en frente, le da una vuelta, me mira. Yo estoy
congelado, tengo pánico y admiración por semejante bestia a la misma vez.
Olfatea una de las alforjas y se vuelve a perder … en el denso verde que lo
protege de nosotros…).
Me quede dos días en
lo del viejito. Un viudo que tomaba todas las tardes hasta quedarse dormido.
Atrás de las casas los trigales son trabajados por las mujeres. Entre tanto
dorado bailando al viento, sobresalen vestidos azules, rojos, y verdes. El sol
del atardecer completa el inspirador escenario que vivo desde la terraza de la
casa. Ellas me ven y me invitan a ser parte. Bajo y saco algunos yuyos, lo cual
entre risas me dicen que pare, ese es el trabajo de ellas. Me invitan a tomar
té. Como me gustaría poder hablar el mismo idioma.
De nuevo en la ruta,
destino Rishikesh. Esta ciudad se volvo muy popular por ser donde los Beatles tenían
su ashram. Por qué los Beatles venían aquí lo entendí rápidamente en la ruta.
Voy pedaleando y empiezo a sentir un fuerte olor a marihuana. Miro al costado y
me encuentro con matorrales salvajes, plantas de más de un metro de alto,
increíble!. Me acompañarán todo el resto del viaje ornamentando la ruta de olor
y color.
Rishikesh tiene poco
para ofrecer. Ashrams y yoga para turistas por todos lados. Nada realmente
puro, más que el Ganges. Muy cerca de su naciente, el mítico rio aquí es verde
esmeralda y bien frio!. No me anime a darme el sagrado baño en Varanasi, viendo
lo que allí pasa, pero en Rishikesh el chapuzón fue hermoso.
Más tarde, con el sol
cayendo y el rio vistiéndose de plateado, la música llega a las escalinatas,
turistas de todos lados mezclan su arte y regalan una pacifica melodía. Veo un
mate salir y corro a interceptarlo. Dos chicas argentinas de viaje por el
mundo. Encontrarme argentinos, que no son muchos, es a esta altura, nostálgico.
Con solo escuchar el acento mi cabeza viaja por mis memorias.
Donde la tierra y el
cielo bailan un tango
De lleno a los himalayas.
Evitando rutas transitadas empiezo a subir rio arriba por las primeras cadenas montañosas.
Rutas muy destruidas, angostas y peligrosas. Pero entre valles y cañones que
roban el aliento.
Unos chicos me paran
en la ruta apenas había empezado el segundo día en las montañas. Me invitan un
té y junto con el té la invitación a pasar el día. Son unas tres o cuatro casas
al borde del precipicio. Abajo un rio que corre con furia y al fondo un
interminable valle. ‘Hoy vamos a ir a desarmar la casa de mi abuelo, para
reutilizar las maderas en nuestra nueva casa’. La casa del abuelo está a unos
cinco kilómetros que hacemos caminando. La casa esta unos 500 mts de la ruta,
para llegar hay que bajar un empinado sendero por el bosque, hasta el rio. La
casita de piedras y madera es un lugar soñado, hoy en ruinas.
El trabajo consiste en
llevar las maderas (enorme tablones) hasta la ruta, donde por la tarde pasará
un camión. No les voy a mentir, una parte de mi cabeza decía ‘ en la que me
metí’. En un viaje en bici, lo último que queres hacer cuando paras es
actividad física. Acá habían chicos de hasta 14 años cargando madera. Yo no me
podía quedar sentado, diciendo, ‘yo estoy cansado’. Así nos pasamos todo el día
subiendo pesados tablones hasta la ruta.
La madre trajo de
comer el almuerzo (cargó en la espalda comida para unas 10-15 personas!) y
aprovechamos el parate para un baño en el frio rio. En la tarde seguimos hasta
que no había nada más que cargar. Todos en la caja de camión volvimos al
pueblo, en un peligroso viaje. Descargamos todo a oscuras.
Me gustó la
experiencia porque muy seguido veo gente haciendo duros trabajos físicos al
costado de la ruta y por un día me toco embarrarme con ellos y comer del mismo
arroz con la mano. Para romper prejuicios, de ambos lados.
La mañana siguiente no
me podía mover, pero igual seguí viaje. Voy camino al norte, entro en el estado
de Himachal Pradesh. Un día duermo en la cocina de un restaurant, otro día en
una hermosa casita de madera después de que una familia me salve de una
lluvia-nieve torrencial.
Llego al valle de
Kinnaur, la primera noche me encuentra durmiendo con los babas en un templo
hindú. Estuve horas sentado al lado del fuego con el baba pintando la frente de
sus fieles, sin hablar una palabra. Cada tanto llegaban ofrendas (comida) y el
baba me las daba a mí! Ejej. Al fondo del templo hay aguas termales! Aprovecho
a darme un buen baño de agua caliente.
La ruta gira hacia el
este y se va metiendo por la cadena del gran Himalaya, bordeando Tíbet. Por eso
necesitaba hacer un permiso especial en la ciudad de Rekong Peo (hay mucha
presencia militar y los turistas solo pueden entrar por tiempo limitado).
La activa ciudad de
Rekong Peo está justo al frente del monte Kinner Kailash, un enorme macizo de
roca y hielo, sagrado para los hindúes. La vista es espectacular. Mientras
caminaba por la ciudad, observando la gente con sus simpáticos y tradicionales
gorritos verdes, escucho una voz que me llama. Miro y estaba Klaus, el ciclo
viajero que conocí en el sur, sacando la cabeza por la ventana de un colectivo.
Valla coincidencia!! Éramos
los únicos dos blancos en la ciudad y nos conocíamos!. Lamentablemente Klaus se
canso de la bici y ahora se estaba moviendo en bus. Viajaremos juntos todo el
resto del viaje, coordinando los pueblos de encuentro.
Visitamos Kalpa, un
pueblo a mayor altitud que Rekong, con vistas aun más espectaculares y una vida
más tranquila. Nos quedamos allí unos cinco días… disfrutando el hacer poco más
que contemplar. Una mañana nos levantamos y estaba todo blanco. Cuantas
memorias de mi infancia!!! Hice un muñeco de nieve que le costó varios días al
sol de primavera derretir.
Sigo camino, ahora por
una de las rutas más peligrosas del mundo sin dudas. La NH22 o ruta
indo-tibetana lo tiene todo. Es que la
intrépida ruta trata de pasar por lugares que la naturaleza no quiere. Lluvia
de piedras, deslizamientos, cruce de glaciares y ríos, todo bordeando largos
precipicios, en una ruta que no tiene más de tres metros de ancho.
Las famosas ‘shooting
stones’, no las tomé muy en serio, hasta que el ruido de un balazo y mi
manubrio abollado me dan cuenta del milagro. Por centímetros la roca no me
rompe la cabeza. Es que cortaron la montaña para hacer una ruta y por momentos pedaleo
al lado de paredes de roca que no se ve donde terminan, una piedrita que se
suelta arriba es mortal al llegar a la ruta.
Trato de no volverme
paranoico, pero pedaleo rapidito y alejado de la pared (bien cerca del
precipicio). Pedaleo durante dos días. Todo lo que me rodea ya es montañas y
nieve. Los bosques van dando lugar a unos pocos pastos que sobreviven un clima
hostil.
El pueblito de Nako, a
3600 mtrs de altitud, es mi primer parada en la alta montaña. Un anfiteatro de
colosos adornan el panorama en 360 grados. Las caras se van achinando. Los
templos hindúes desaparecen dando lugar a los monasterios budistas. Las casas
ya no son de madera, sino de roca y
barro. Las plegarias budistas son los únicos colores en un pueblo que todavía
vive el gris invierno. Las plantaciones en forma de terraza las trabajan
hombres, mujeres y yaks. El pueblo todavía tiene nieve en las callecitas,
evidenciando un invierno durísimo.
De Nako sigo viaje a
Tabo, el primer pueblo dentro del valle del rio Spitti, una de las regiones del
mundo donde mejor se ha conservado el budismo tibetano.
En el camino, un
deslizamiento cortó la ruta. Un grupo de diez personas trata de empujar rocas
gigantes al precipicio para poder reabrir la ruta. Con la ayuda de unos chicos
pasamos la bici. Los autos… a esperar todo el día.
LA ruta pasa a escasos
cinco kilómetros del Tíbet. El paisaje cambia, el cañón del rio Spitti se va
abriendo en un desierto de alta montaña espectacular. El viento ya es bien frio
y seco, las noche son heladas. Las achinadas caritas tienen la cara quemada. Un
lugar no apto para pieles sensibles.
En Tabo me reencuentro
con Klaus y unos amigos canadienses. Es mediados de Abril. Dado el frio de esta
época, somos los únicos turistas por aquí. La mayoría de los altos pasos de
montaña están aun cerrados por nieve. La mayoría de las facilidades para el
turismo están cerradas, cuartos, restaurantes. Para mi es ideal. Nos cuentan
que incluso en temporada es un lugar de poco turismo debido a la
inaccesibilidad (doy fe!). Sorprende, porque es uno de los lugares más bellos y
vivos que he visitado. Vivo porque se mantiene intacta la cultura y vida de los
pueblos, no son maquetas para el turismo.
En Tabo aprovechamos a
visitar un monasterio de mil años de antigüedad, hecho todo de barro y roca.
Luego seguí viaje al
monasterio de Dhankar. Un pueblito construido a 600 mtrs sobre el rio, con
vistas espectaculares de todo el valle. El monasterio parece que se va a caer al
precipicio, alucinante.
Nos quedamos con los
monjes que nos dan alojamiento y comida por unas rupias. Viendo su día a día,
mi idea sobre estos lamas paso del ideal a lo real. Es que siempre imaginé que
un monje budista (en una generalización burda) era un hombre que decidía dejar
su vida de confort para adentrarse en un camino de auto descubrimiento. Pero la
cosa no es tan así. Los monjes aquí son en su mayora el segundo hijo varón de
las familias, que es enviado al monasterio donde aprenderán religión por veinte
años. Luego tienen la opción de renunciar, algo que está muy mal visto.
Entonces me encontré con chicos que no tuvieron mucha opción más que ponerse la
túnica, que les gusta ganar plata igual que a cualquier otro ser humano, mirar
televisión y comer mucho. Ni mejor ni peor, real.
Desde este pueblo nos
fuimos caminando a uno cercano. Encontramos muchísima nieve en el camino lo que
hizo lo hizo muy cansador. Nos habían dicho que nos llevaría dos horas llegar,
pero cuando ya había pasado ese tiempo nosotros estábamos con nieve hasta las
rodillas sin un pueblo en el horizonte. Nuestra idea era ir y volver en el día,
por lo que no cargábamos mucho más que agua. Nos sentamos para pensar un poco
que hacer. Podíamos volver y ya sabíamos lo que no esperaba, o seguir.. y dejar
que el destino nos sorprenda… decidimos la segunda opción… y que acertado que
fue!
Dos horas más de barro
y nieve hasta llegar a Lalung. Nos recibe un chico que pasea su yak por las
callecitas. Nos lleva a su casa y nos invita arroz. Es la primera vez que
entramos en una casa en esta región. La calidez del lugar no tiene descripción
posible. Con un hogar a leña en el medio, que también hace de cocina,
almohadones todo alrededor para sentarnos en el piso. El techo es bajo y está
hecho con ramas y troncos , cubiertas de barro hacia afuera y cubierto con
pintorescas sabanas hacia adentro. Hay columnas de madera talladas. Aquí
desayunan, almuerzan, cenan y duermen durante el invierno.
Después de un té nos
acompaña a una casa que la señora nos ofrece ‘home-stay’, techo y comida por
unas rupias en una casa de familia. Utilizaremos esta agradable forma de
alojamiento el resto de nuestra estadía en las montañas.
Las casas por fuera
son blancas, cuadradas, de techos planos donde secan pastos y madera. En la
planta baja viven animales , los humanos arriba. Todo el funcionamiento me hace
muchísimo sentido. Nadie se preocupa por la pulcritud, chicos, animales,
tierra, todos parte de la naturaleza. Los desechos del baño no son problema
sino un gran fuente de energía y abono para las terrazas que mañana volverán a
crecer alimentos. Los desechos animales son
fuente de calor en las frías noches. Las vacas dan su leche, los yaks
dan su fuerza para arado.
Pocas cosas crecen
aquí, principalmente arvejas y cebada. La cebada es por excelencia la principal
comida, la cocinan en todas sus formas (y a mí me encanta!!). También aparece
el té de manteca, calorías para una vida dura.
Sentados en el techo
del home stay vivimos la paz que este lugarcito nos regala. Con el sol
calentando aún con sus últimos rayos, un viejito al lado mío recita mantras
mientras gira la rueda budista en sentido horario. Un poco más allá está su
hermana, otra viejita, que acomoda el queso de yak para que el sol lo seque.
Arriba los gigantes nevados, abajo los animales siguen trabajando la tierra hasta
que la luz se va. Y yo mientras pienso que afortunado que soy de estar acá.
La mañana siguiente
volvimos bien temprano, cuando la nieve aun estaba congelada. En mi cabeza
surgió la idea de bajarme de la bici.. y recorrer pueblos y montañas a pie junto
a mi amigo Klaus. Estacionar la bici será sano para mi cuerpo y mente después
de veinte meses de pedaleo casi ininterrumpido. Y así fue.
Después de Dhankar fui
pedaleando hasta Kaza, el pueblo más importante del valle. Volvimos a comer
fruta y dulces indios. Deje la bici en un hotel, cargue la mochila y salimos.
Nos pasamos casi un
mes caminando los himalayas. Los pueblitos, valles y monasterios. Mañanas
haciendo pasos de montaña cargados de nieve, lugares increíbles, todo sobre los
cuatro mil metros de altitud. Intentamos enseñar ingles en el valle del rio Pin,
en una escuelita de trece alumnos de
cuatro a diez años de edad…El profe del pueblo nos alojó por una semana en su
casa, y el primer día nos dijo: ‘ustedes vayan y empiecen, yo tengo que darle
de comer a los animales’. Me saco el sombrero con los profes… que difícil que
es.
Aprendimos y jugamos cricket entre la nieve,
cocinamos con monjes y celebramos el cumpleaños de Buda en el espectacular
monasterio de Kye, construido en la cima de la montaña, custodiando el valle.
Volvimos a Kaza con el
corazón lleno, pero ya extrañando un poco la otra India, la ruidosa. Yo desarme
la bici porque los pasos más al norte seguían cerrados ( y no quería pedalear
esquivando rocas de nuevo por la misma ruta).
Empezamos el lento
retorno. Tardamos tres días para hacer 500 kms que no sacaron de los himalayas,
con la bici sobre el techo del bus.
Yo me vuelvo pensando…
la simpleza con la que esta gente vive. Por generaciones no han necesitado nada
más que lo que la naturaleza les brinda. Con la llegada de la electricidad y la
televisión son testigos de una india para muy pocos (hay que ver las
publicidades!!, la gente , las casas, los mensajes de la televisión..
terrible). Espero tengan la sabiduría de valorar lo que tienen sin comerse el buzón
de occidente.. que solo les traerá tristeza.
El libro que duerme
A medida que bajamos
al nivel del mar, vuelven los olores de la vegetación, el verde de la
primavera, cosas que ya me había olvidado entre tanta piedra y roca.
Pasamos de noches
heladas a los cuarenta grados, vuelve la fruta y la verdura fresca!
Visitamos el estado de
Punjab, tierra de los Sikh. Esta religión es una de la más modernas del mundo
(SXV) y es una mezcla de islam e hindú.
Los hombres son muy fáciles de reconocer: de turbantes, largas barbas y dagas.
La primera parada fue en Anandpur Sahib.
Dormimos en el templo y comimos en la cocina comunal. Esto es algo
característico de los sikh, las cocinas comunales para cientos, donde la gente se
acerca y come gratis. Todo se mantiene con limpieza estricta.
Disfruto mucho de la
vida del templo, lleno de peregrinos que visitan y rezan.
Desde la terraza del
templo, de blanco brillante, veo como pasa la vida debajo, en la ruidosa
ciudad. Religiosos cantan y tocan instrumentos. Pienso en el contraste de dos
mundos tan diferentes, separados solo por unas montañas.. también pienso en cómo
voy a extrañar a la India.
Fuimos hasta la
frontera con Pakistán, a la sagrada ciudad de Amritsar. Aquí se encuentra el
templo dorado. Es uno de los templos más importantes de la india. Es aquel que
fue bombardeo por Indira Gandhi treinta años atrás. Luego le costará su vida,
siendo asesinada por dos de sus guardaespaldas, de religión sikh. Es que es el
templo más sagrado para ellos.
El lugar es de una
espiritualidad increíble. El templo de oro esta en el centro de un lago, que a
su vez es rodeado por otro templo de
blanco impecable.
Aquí también hay
cocina comunal donde le dan de comer a 200 mil personas por día, manteniendo un
orden y una limpieza espectacular. Nosotros también comimos aquí, hasta dimos
una mano pelando ajo y cortando tomates. Todo es masivo. Las ollas podrían
hacer de jacuzzi en cualquier casa. Hay dispensers con chai gratis todo el día.
La comida es básica pero rica, siempre sirven arroz con leche.. que rico el
arroz con leche!
También hay donde
dormir gratis para todos. Los indios se tiran en el piso del templo, a los
extranjeros los ponen todos juntos en pequeños cuartos.
Mi segunda noche decidí
probar dormir afuera, al lado del lago bajo la luz de la luna. Allí conocí un
chico indio que venía de dar exámenes y antes de volver a su pueblo pasaba la
noche en el templo. Me explica un poco sobre la religión Sikh. Los lideres
llamados Gurús, fueron humanos hasta el decimo, que decidió que su sucesor
sería un libro. Es ese libro el que se exhibe
en el templo de oro en medio del lago. Pero no es un libro cualquiera, a
medianoche una multitud se convoca para llevar el libro a dormir. Es que tiene
una cama, con aire acondicionado y ventilador. Yo soy testigo de este fenómeno.
Mientras el libro duerme, limpian el templo de punta a punta con agua y leche.
A eso de las tres el libro se despierta (o lo despiertan?) y lo llevan de
vuelta al templo.
Justo mientras esto
sucede hablábamos de India y lo fuerte que es la familia y la tradición, que
deja poquísimo margen a la libertad de los jóvenes. Viven una competencia feroz
desde la escuela y cualquier paso en falso puede ser terrible. Todo los jóvenes
con los que hablo tienen terror de salirse del esquema que la sociedad les
presiona para que sigan. Pero India sin toda su tradición no sería India… no
habría quien lleve el libro a dormir.
A eso de las cuatro
nos dimos una inmersión en las sagradas aguas del lago (el néctar le llaman).
Es una noche especial
en la que mi corazón se va despidiendo de India.
Después vendrán días
en la alocada Delhi, donde Klaus queda tirado con salmonella y yo aprovecho a
escribir esta larga crónica.
Dejo este país con una
hermosa confusión, una humana confusión. El que llegó no es el mismo que se va.
Así sintetizo India.
Pero no hay tiempo
para nostalgias. Lo que se viene es igual de intenso. Me espera un ansiado
abrazo maternal en California, desde donde empiezo a pedalear un largo regreso
a casa.
Cruzar Latinoamérica a
pedal es un anhelado sueño para mí. De a poco sentir que las cosas se vuelven más
familiares, hasta despertarme una mañana con ese viento que canta en mi Rio
Gallegos querido.
Pero no voy solo,
tengo un acompañante de lujo. En tiempos donde esta enferma sociedad lleva a
que hermanos se peleen por plata, el mío se me une par que escribamos juntos
paginas imborrables en nuestras vidas. Qué más puedo pedir?
Como dice
Arbolito..Volver… no hay nada más lindo que hacer..
Con el cariño de
siempre.
Gran Abrazo!
Pablo