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viernes, 30 de mayo de 2014

Al fin un poco de Inspiración... Vol VIII


Lost in thought and lost in time 
While the seeds of life and the seeds of change were planted 
Outside the rain fell dark and slow 
While I pondered on this dangerous but irresistible pastime 
I took a heavenly ride through our silence 
I knew the moment had arrived 
For killing the past and coming back to life

(Letra de la canción Coming Back to Life - Pink Floyd)


 Namaste India

Una madrugada cualquiera de Diciembre me encontró con mi bicicleta tirado en el hall del aeropuerto de Bombay, sin saber que me esperaba. Salí con ansiedad y hasta un poco de miedo. La ciudad se despierta ingenua. Mi corazón explota cuando mis sentidos se encuentran con India. Me pierdo. Pedaleo durante horas sin dirección. La calle huele a inciensos. Aquí un hombre bañándose en la vereda, otro se afeita, la vaca los ve y no le importa, una señora se peina el negro cabello para empezar prolija el día, su brillante sadi contrasta con las oscuras paredes. Esquivo un árbol de Banya que está en el medio de la calle, quedo atónito con la figura de este ser viviente. Pero el tráfico me empuja y debo seguir. Los señores mueven la cabeza de lado a lado sonrientes. A mí me dan ganas de abrazarlos. Te con leche (chai). El primero de millones, en un banquito, a la sombra. Unas cincuenta ya, las sonrisas recibidas y todavía no es ni mediodía.
Carros, motos, rikshas (motitos taxi), autos y ruidos. Esa estación de tren? Imponente, se la olvidaron unos señores elegantes que hablaban perfecto ingles. También dejaron colectivos rojos de dos pisos que ya deben tener unos cuantos años. ‘No será Londres?’ ‘No, mira toda esa basura, qué Londres?, parece el riachuelo’. Cada rincón está vivo, comida por todos lados, los chicos juegan cricket en la plaza, los mendigos duermen en la vereda. No veo la hora de salir a caminar esas callecitas. Pero hoy estoy cansado, necesito dormir. La bici en la ciudad, que problema. Finalmente encuentro una celda, perdón un ‘hotel’. Dejo la bici en la recepción y paso la primera noche... entre inciensos y curry.


Bollywood

El tiempo en Bombay se me pasa explorando su día a día. Tomando una cerveza, solo, en un bar (placer que no me podía dar hace rato), una extraña invitación: ‘Queres hacer de extra para una película de Bollywood?’ ‘ Por qué no?’.
No les voy a mentir, sonaba más divertido de lo que realmente fue. Con unos quince otros turistas, todos en un bus a un estudio de grabación en medio de un ‘slum’ (villa miseria). Nuestro papel es el de invitados al casamiento de una chica extranjera con el indio protagonista de la película. Pero resulta que el indio era gay y la boda es interrumpida por su novio que llega en un helicóptero (ajaja  todavía me da gracia la historia!). Todo lo que hicimos fue, ‘shanti shanti’ (despacio despacio), filmar esta escena. Los indios se toman su tiempo y nos llevó todo el día hacerla. Yo trate de poner mi mejor cara de sorpresa ante la (imaginaria) llegada del helicóptero.  Así me gané 900 rupias, en el primer paso de un difícil camino a la fama.
Navidad se acercaba, y como siempre, solo y sin planes. A diferencia del año anterior donde la soledad del desierto mordía los huesos, Bombay es un lugar donde no debería ser difícil encontrar extranjeros para celebrar. Aún así me las ingenié para que siendo 24 a la noche, no tenia absolutamente nadie con quien brindar. Me fui solo a un famoso bar llamado Leopolds y me senté en la barra. Para mi sorpresa, casi no había extranjeros. En la tele pasan la Premier League inglesa que me entretiene un rato, pero mi cabeza se inunda un poco de tristeza... otra vez solo!... Al lado se me sienta un ingles, al verle la cara me pude dar cuenta que estaba en la misma situación que yo. ‘Happy Chirstmas’ le digo, dando inicio a una amistad tan efímera como la navidad misma, porque será la primera y última vez que vea a mi nuevo amigo. Pero esa noche la celebramos a lo grande. Recorrimos las calles (y bares) de Bombay hasta que el cuerpo y la cabeza dijeron basta. El último recuerdo que tengo es de mi amigo en la vereda, comiendo la comida que un vagabundo le regaló.
En los próximos días puse la bici a punto y empecé a pedalear hacia el sur. El invierno es el momento perfecto para recorrer la India tropical.


Carrera a Goa

Para salir de Bombay me tomé un corto ferry que me evitaba salir por autopistas y me dejaba ya en la zona rural. Tenía en mi cabeza el plan de llegar a Goa para año nuevo, ya que es donde se agrupan todos los extranjeros para esta fecha. Me separaban 500 kms y tenía cinco días. Exigente pero no imposible, hasta que descubrí la ruta que me esperaba.
Para evitar la principal ruta hacia el sur, opté por unas rutas secundarias que bordean el mar, pero dada su cercanía a este, se cortan reiteradas veces en las desembocaduras de los ríos, donde sin puentes, hay que tomar ferrys. La ruta es angosta y poco transitada, por momentos está destruida. Voy pasando aldeas tapadas de palmeras y plantas de banana, con una vida muy simple.
El haberme puesto un objetivo exigente, por momentos, me arruina el espectacular escenario por el que pedaleo. ‘ Siempre estas apurado Pablo’ me dijo un día mi amigo Dan en el desierto del Sahara. Aquel entonces traté de auto-justificarme. Siempre se pueden encontrar razones para estar apurado. Ahora en retrospectiva me doy cuenta cuantas veces en mi vida me mentí a mí mismo, poniéndome objetivos que no tienen razón de ser y que no hacen más que condicionarme el día a día.
Pero el mar sigue a mi derecha y por momentos encuentro la paz para contemplar su inmensidad, escapando un rato del estado de ‘tenes que pedalear’ que me torturaba.
Empecé a probar las primeras caricias de las familias indias que me invitan a tomar té, comer algo o simplemente charlar.
La ruta se repite en su geografía. Subo una empinada cuesta hasta una planicie que parece una savanna, muy calurosa, para siempre bajar abruptamente al verde tropical que acompaña al rio. Para cruzarlos me tomo ferrys de todo tamaño y color, algunos barquitos de madera donde apenas entra la bici, otros de los grandes que cargan autos.
Cada vez que paro y miro a mi alrededor, la gente, el paisaje y tomo conciencia que estoy pedaleando en India, hay una sensación increíble que recorre todo mi cuerpo.
Finalmente, el mediodía del 31 me doy por vencido. No lucho más conmigo mismo. Faltando solo 70 Km para llegar a Goa, en un pueblito costero, me doy un baño en el mar, tomo una cerveza bien fría y me digo: ‘Paso el año nuevo acá’. Lo que me relajé es indescriptible, simplemente borrando una regla que yo mismo inventé.
Ese día había un festival con músicos locales en esa playa. Muchas familias se acercan a comer y escuchar un poco de música india en vivo. Yo camino un poco por la playa despidiendo en mi cabeza un 2013 que fue, sin dudas, el año más intenso de mi vida. De repente, como dos ángeles, una pareja de chicos indios me invitan a que los acompañe en su cena. Charlamos de la vida gracias a su buen ingles y cuando llego el 2014 tuve con quien compartir un abrazo.
Los próximos días me encontrarán en Goa. Apenas cruzo la frontera de este estado  empiezo a cruzar scutters con turistas, los primeros después de una semana. Conozco dos ciclo viajeros, Fabian y Thamas, apenas llego, pero ellos se estaban yendo. Luego el destino me volverá a cruzar con ambos más adelante. Paradójicamente Goa resulta un lugar en el que me siento muy muy incomodo (después de tanto apurarme!!!). Este pequeño estado es el que alberga más turistas y realmente no es un lugar para vivir la India, sino para escapar de ella. Cafés y restaurantes con comida occidental, locales de ropa y accesorios con los que en treinta minutos el CEO de JP Morgan se convierte, por unas pocas rupias, en el más hippie de todos.
El confiar mucho en la gente es algo hermoso y que me ha permitido disfrutar de experiencias únicas, pero no aplica para los lugares turísticos. Tardecita en Goa. Dos chicos indianos me invitan a que los acompañe con unas cervezas. Muy simpáticos charlamos de la vida hasta que oscureció. Me invitan a cenar , yo sin dudar acepté. Vamos los tres en una motito hasta las afueras de Arambol (la ciudad). ‘Vamos primero a lo de nuestro jefe’ (la cosa ya se empieza a poner extraña…). Llegamos a la casa donde habían otros dos hombres. Me invitan a sentarme en el living y al ratito nomas el ‘jefe’ empieza a hablar de cosas que yo no tenía ni idea. ‘Qué opinas del negocio?’ me dice. ‘¿Qué negocio? Le pregunto, ‘¿No te dijeron nada?’,  ‘No, no sé de qué estás hablando’ le contesto. La cara del ‘jefe’ y la situación se empieza a agitar un poco. De repente veo la escena tomando un poco de distancia: estoy solo, en las afueras de una ciudad en India, con cuatro tipos que ni conozco en una casa, me podían hacer a la parrilla que nadie se enteraba. ‘¿Vos vas a volar afuera de India hacia Europa o América?’ Siguió el jefe. ‘Sí, tal vez’. ‘Bueno, necesitamos que lleves unas joyas,…’ Siguió explicando el negocio pero mi mente se apago, mis ojos ya buscaban una rápida salida. ‘Perdón, pero no quiero saber nada con esto’ casi tartamudeando. El hombre se da vuelta y les empieza a gritar los dos chicos con los que vine, yo aproveche para pararme y salir corriendo. Después de un rato caminando en la oscuridad llegue a la zona turística de nuevo, con las piernas temblando!. Semanas más adelante me enteré de otros chicos, que sufrieron cosas muy similares, con los mismos personajes!!


Filosofando entre cocos y bananas

También escapé de Goa a los pocos días. Me instalé un poco más al sur, en Gokarna. Una ciudad sagrada para los hindúes en el estado de Kernataka. Aquí encontré una playa muy tranquila, con bungalos frente al mar y la paz que necesitaba.
Son días en los que conocí gente muy interesante, entre ellos, un ciclo viajero austriaco, Klaus, con el que luego compartiremos mucho tiempo juntos casi por azar.
Aprovechando la quietud de este paraíso tropical, empecé a conocer un tal Krishnamurti. Este filósofo indio, recomendado inicialmente por mi padre, me hizo explotar la cabeza. Sus diálogos son un canto a la libertad del espíritu. Entre alguna de sus ideas plantea que lo real, lo inconmensurable, lo que está fuera de los márgenes del tiempo aparece cuando cedemos con toda lucha y búsqueda. No existe profesor, técnica o camino, lo real simplemente esta allí. Aceptar en lugar de esforzarnos por cambiar, es lo único que lleva al cambio profundo. En palabras de Krishnamurti… ‘Simple no es una persona que se viste con trapos o come una comida al día, simple es quien posee una mente libre de deseo’. No lo tomo como la verdad revelada, pero que brillante. Me encuentra en un momento de una gran lucha interna por cambiar, por cultivar virtud… y las palabras de este filoso me regalan una enorme confusión, pero también mucha paz. ¿Cuál es la diferencia entre una mente que está sedienta de cosas materiales y una sedienta de nuevas experiencias?
Recomiendo la lectura a los interesados!!!


India tropical

Fogones en la playa, guitarreada y cerveza. Así serán los últimos días en este hermoso lugar.
Después de casi diez días sigo pedaleando rumbo sur. El plan es llegar a Kanyakumari, el punto más austral de la India. Los primeros días voy acompañado por Fabián, el alemán que conocí en Goa.
Te con leche, bananas y arroz constituyen el 95% de mi dieta diaria. La comida india es riquísima, aunque solo en las zonas turísticas están los platos más elaborados. Fuera de ella, donde paso casi todo mi viaje, la comida es bien simple, generalmente arroz, una sopa de lentejas y un poco de verdura salteada picantita con curry. Siempre con re-fill gratis para comer hasta reventar. Se come solo con la mano derecha (sin cubiertos) y muchas veces hojas de banana hacen de plato.
Entrando en el estado de Kerala la ruta costera está muy cargada de tráfico y mi cabeza no da más. El transito aquí tiene sus propias reglas. Aprenderlas me llevo días y muchos enojos. Por ejemplo, siempre tiene prioridad el vehículo de mayor tamaño, entonces un colectivo jamás le dará paso a nadie. La bocina sirve para avisar que uno está pasando, y la usan todo, absolutamente todo el tiempo, de hecho los camiones tienen pintado ‘Blow horn please’. No importa si viene un auto de frente (mucho menos una bicicleta), se mandan a pasar como vienen, avisando con la bocina que van. Así terminaba en la banquina cada dos por tres, con una bronca que me salía por los poros. Despacito fui entendiendo que era la regla y que hasta los autos se tiraban en la banquina para dar lugar a los apurados vehículos de mayor porte.
Aturdido y nervioso decidí dejar la ruta, para pedalear por las montañas del estado de Tamil Nadu. Rutas secundarias muy pacificas y rodeadas de una naturaleza impresionante me fueron llevando por las montañas que hacían de ‘hill station’ para los ingleses en tiempos de colonia. De repente, me encuentro rodeado de plantaciones de té que cubren todas las montañas, en un escenario único.
Supero los dos mil metros de altitud, donde a la noche se pone bien frio. Un placer viniendo del sofocante calor.
No dura mucho la aventura en las montañas y a los pocos días estoy de nuevo al nivel del mar, esta vez no en la costa, sino bien al centro.
La gente reacciona de dos maneras cuando pregunto por un lugar donde tirar la carpa: o me rechazan de manera bastante desagradable o me reciben con muchísimo cariño. Recibo la hospitalidad de familias, chicos de una iglesia católica me invitan a un banquete, hasta termino durmiendo en un templo de  Shiva con los babas.
También paré unos días en un pueblito rural, donde sacrificaron una gallina para celebrar mi bienvenida. La gente se acerca a la casa donde me estoy quedando, señoras grandes, hombres y chicos. En las casas hay animales por todos lados y plantaciones todo alrededor. Es gente que trabaja la tierra con sus manos. Las mujeres hacen trabajo físico a la par de lo hombres. Ellas con sadis coloridos, ellos con una tela que cubre las piernas llamado ‘lungi’, que frecuentemente lo recogen y dejan como un pañal.
 Una familia tiene un pequeño taller textil de maquinas viejas y ruidosas. Me invitan todas las mañanas a desayunar con ellos y que hable ingles con su pequeña hija.
Un día me llevaron al cine a ver una película donde actuaba una celebridad de Tamil Nadu. La peli dura tres horas, hasta tiene intervalo. Los primeros planos, los bailes y el héroe de la película me estaban entreteniendo bastante, hasta que empecé a tiritar. En el camino a la casa me di cuenta que algo andaba mal. No paso mucho tiempo desde que me acosté hasta que empezar a volar de fiebre. Primera caída en este largo viaje, un golpe al autoestima que se cree indestructible. Yo pensaba salir el próximo día pero me vi obligado a quedarme. Visite un medico, yo estaba convencido que tenia malaria o dengue. Por suerte el médico me dice que es solo un resfrío (violentos los resfríos indios). Reposo, pastillas y en un día estaba como nuevo. Igual no puedo mentir, me asusté un poco. Son estos los momentos que te das cuenta cuán lejos está tu gente.
La ruta hasta Kanyakumari seguirá muy tranquila, plana y con poco transito. Plantaciones de arroz y montañas de roca me regalan una foto bien asiática antes de llegar a la unión de los mares.
El ultimo día antes de llegar, mientras tomaba un chai mañanero al costado de la ruta, aparece un enorme elefante todo adornado. Mi asombró de tener semejante bestia al lado era grande, pero más me asombró el ritual que le siguió: El dueño del local sale con una baldecito de agua, el elefante la absorbe con la trompa y acto seguido lo empapa de pies a cabeza. Le da una rupias al dueño del elefante y se vuelve a su local. El elefante sigue su lento paso sobre el caluroso asfalto. Increíble India.
Llego a Kanyakumari. El mar es azul profundo y choca violentamente contra las rocas. Contemplar el mar es siempre inspirador, pero aquí hay tantos turistas indios que estoy un poco alterado. Y como siempre, salgo apurado a la caza de algo diferente: esa misma noche me tomo un bus para volver al norte,  donde decido pedalear los tres meses que me quedan. En mi cabeza tengo la idea de encontrar un lugar donde pasar un poco de frio, cansado de un año y medio de verano ininterrumpido, y ese lugar se llama Himalaya.
El bus me deja en Chennai  donde conecto un tren a Varanasi que se demora 40 horas. La cultura india está marcada por los trenes y desde que llegue a este país sabía que quería vivir un viaje larga distancia.
El viaje en tren es divertido. Entre millones de indios tengo la suerte que se me sienta al lado un simpático israelí, Losa,  con el que puedo hablar ingles. Cada compartimiento aloja ocho personas. En la pared están las camas que se fijan solo por la noche (sino es imposible sentarse). Es un constante ir y venir de gente vendiendo todo tipo de bebidas y comidas. Las familias se traen un arsenal de comida en bolsas.
El tren recorre las grandes planicies que hacen a este país. Dejamos atrás el verde tropical, todo se va secando y poniendo más gris. Entramos en el superpoblado estado de Uttar Pradesh, donde me espera la sagrada ciudad de Varanasi.


Todo Fluye

Vienen cantando, uno atrás del otro. Por los angostos callejones pasean adornados cuerpos hasta bajarlos por las enormes escalinatas que bajan al Ganges.
En el crematorio el escenario es irreal. Todo lo que mi vista tiene enfrente está pintado de negro, por un humo eterno, cientos de años de fuegos ininterrumpidos. Los edificios están abandonados. Hay madera, mucha madera, una muralla de troncos para los muertos de hoy y los que vendrán.
Al cadáver lo llenan de agua de rio, antes de taparlo con madera y dejarlo arder.
El silencio es solo interrumpido por el ruido que hace el fuego cuando está hambriento.
 Ver carne humana quemarse, sentir el olor de un cuerpo que se hace cenizas, es algo tan difícil de digerir. Me puedo pasar horas mirando sin realmente comprender que lo que ahí se está volviendo polvo ayer sonreía. En nuestra  sociedad la muerte es tabú. Porque le tenemos miedo. Miedo de perder el yo que moldeamos, todo lo que hemos acumulado. Y en un segundo, ese castillo que tanto esfuerzo nos llevo construir se derrumba, como si fuera uno de naipes (no lo es?)
En un atardecer sin sol en el horizonte, miro el sagrado rio… que no deja de pasar.


Segundo tropezón tampoco es caída

La brújula de la poderosa apunta al norte. Los próximos meses del viaje serán entre las montañas más altas del mundo. El plan es cruzar los estados de Uttar Pradesh y Bihar hasta llegar a Nepal y luego ir bordeando los himalayas hasta que se me venza la visa.
Pedalear en los estados más superpoblados de la India fue difícil. La gente, tanta gente. No podía bajarme de la bici, automáticamente tenia quince personas alrededor. Algunos juegan con los cambios de la bici, otros simplemente se me sientan al lado y me miran, sin pestañear. Se genera un fenómeno de las masas: cuando gente ve que hay mucha gente reunida se acercan por curiosidad, entonces la gente se acumula y renueva, asegurando un grupo de espectadores todo el tiempo que este allí sentado, tratando de disfrutar el té.
Aún siendo los estados más pobres del país, recibí la hospitalidad y el cariño de familias que no miden. De hecho la agenda en la que escribo estas palabras llego a mis manos uno de esos días (agenda India de 1999, una reliquia)
La ruta alterna entre un asfalto muy respetable a un ripio insoportable. El paisaje es muy rural, plano, con pueblos humildes, gente y animales que trabajan la tierra.
Una tarde me encontró bailando en un escenario para celebrar uno de los tantos dioses hindúes con otros diez chicos de un pueblo. Acampe abajo del escenario. Esa noche, volvió la fiebre.
Dado que me encontraba en un pueblo muy pequeño decidí salir de todas maneras, al menos hasta una ciudad donde pueda encontrar un cuarto para descansar. Desayuno y fotos con una familia y salgo. Los setenta kilómetros se me hicieron eternos. Llegue a una ciudad con la fiebre bastante alta. Encontré un cuarto y ahí me quede transpirando por dos días, solo interrumpiendo el sueño cuando el dueño del hotel me golpeaba la puerta y me insistía que bajara a comer. Como nunca.. Que ganas de estar en mi casa. Pero lo que no te mata te hace mas fuerte… dicen…
Encontré un patrón en mis dos caídas en este viaje. Las dos veces tome agua de pozo de los pueblos en los que me quede. Otra lección para el superhombre que toma agua de todos lados.
Pasé ocho días en esta ciudad a solo cuarenta kilómetros de la frontera nepalí. A partir del tercer día ya me sentía mucho mejor, pero como me esperaba el frio clima de los himalayas decidí hacer un buen reposo para subir con la barrita de energía completa.
Aproveche a escribir el mail anterior (camino de Irán a la India) que me llevo un día entero de redacción y otro de tipeo… se están volviendo largas las historias! ;)
Son días en los que llueve mucho y la ciudad es un gran barrial, de cielo gris, frio, gente tapada con mantas, todo lo opuesto al verde y alegre sur. Disfruto de simplemente sentarme en la calle, tomar chai bajo un techito y mirar las cosas cotidianas de una ciudad cien por ciento india.
Una mañana de mucha neblina salí rumbo a Nepal. El barro hace todo lento y difícil. La India como despedida me regala otro de sus espectáculos: antes de cruzar la frontera en una ruta de ripio que de repente se hizo autopista, dos elefantes caminando por el carril rápido, en contramano. Nadie se animo a multarlos.
En una frontera sin militares ni barreras, un señor sale de una casita: ‘Namaste, welcome to Nepal Sir’


Donde Buda conoce a Shiva

Volver a Nepal, que alegría. Este pequeño país lo conocí hace un poco más de dos años atrás, donde tres semanas de vacaciones y los beneficios de la aerolínea me permitieron tener una pequeña muestra de sus sabores. Mi cabeza estaba llena de preguntas ¿Cómo será la experiencia ahora viniendo de un entorno tan diferente?
Aquella vez deje la oficina un viernes a la tarde y el domingo a la mañana me recibía Katmandú. La ciudad me shockeo. El primer día casi no quería salir del cuarto. Las calles, la gente, el ruido me intimidaban pero finalmente  todas esas cosas me terminaron enamorando. Por ello el primer destino con la bici era la alocada capital Nepalí.
El cambio en la gente entre un país y el otro es increíble, solo para ilustrar, en Nepal ni el dueño del local de chai se me acerca a preguntarme que quiero. Un poco de paz.
La primera noche en Nepal me encuentra acampando en el predio policial de un pueblito frente al primer cordón de montañas pre-himalayas. Ceno con los hospitalarios policías, me invitan un poco de ron y el jefe termina queriéndome prestar su arma reglamentaria, cargada de balas!.
Tenía dos rutas a Katmandú, el valle, más largo y con camiones, o el atajo a través de las montañas. Obviamente elegí la segunda opción, que implico un sube y baja más duro de lo que pensé, pero de paisajes impagables.
Subo, subo todo el día. Lasa casas pasan a ser refugios de madera, tan cálidos que me dan ganas de meterme adentro. El frio se empieza a hacer sentir. Termino cenando y compartiendo el fuego con una familia en una casita perdida entre los valles.
La próxima mañana alcanzo la cima del paso a unos 2600 mtrs snm (con nieve incluida). Al llegar todo lo que mis ojos pueden ver en el horizonte es una larga línea de gigantes de roca que se pelean por tocar el cielo. Es tan espectacular la vista de los himalayas que hasta se me cae alguna lagrima. No me lo esperaba. Es uno de esos momentos que le dan razón de ser a tanto esfuerzo.
Paradójicamente, una mañana tan especial termina con una tarde pedaleando entre tierra y camiones en las afueras de Katmandú. No llego a la ciudad y tiro la carpa unos 18 kms antes, al lado de una granja de pollos (no se imaginan el olor!).
Finalmente en Katmandú. La ciudad que me llegó a intimidar ahora me pareció una ciudad bastante tranquila para ser capital y muuuy turística comparado con la experiencia india. Pero las callecitas, los balcones de madera, el cablerio, los templos, los  patios internos y pasadizos, todo tan viejo, sucio y abandonado…los budistas rezándole a Shiva, hindúes poniéndole el tercer ojo  a Buda, tantas caras y colores… Katmandú me volvió a enamorar.
Pase los primeros días disfrutando un poco de los placeres occidentales que ofrece esta turística ciudad, café, medialunas, internet!.  Me reencontré con el Rodri, un argentino que conocí en Varanasi. Es un cordobés puro corazón con el que nos la pasamos tomando chai en la calle, mirando la locura de la ciudad mientras filosofamos de la vida.
Después de una semanita de relax salgo derecho para las montañas. Dos días pedaleando al costado de hermosos ríos de deshielo me llevan al lugar donde vivo una experiencia que cambiara mi forma de interpretar mi vida y la realidad del mundo que me rodea.

Nadología

Erase una vez un joven profesor que navegaba los mares. Era un hombre muy educado pero con pequeña experiencia sobre la vida. Entre los tripulantes del barco que viajaba un marinero analfabeto. Todas las tardes, el marinero visitaba el cuarto del joven profesor para aprender sobre diferentes materias. Estaba muy impresionado por los conocimientos del joven hombre.
Una tarde el marinero estaba por retirarse del cuarto luego de una extensa conversación cuando el profesor le pregunto, "Viejo hombre, haz estudiado geología?"
"Qué es eso señor?"
"La ciencia de la tierra"
"No, señor, yo nunca fui a la escuela ni a la universidad. Nunca estudié nada."
"Ayyy viejo, haz desperdiciado un cuarto de tu vida."
El marinero se retira con mucha tristeza. "Si una persona tan estudiada dice eso, debe ser verdad," pensó. "He desperdiciado un cuarto de mi vida!"
La próxima tarde cuando el marinero se retiraba del cuarto, el profesor le pregunta nuevamente, "Viejo marinero, haz estudiado oceanografía?"
"Señor, que es eso?"
"La ciencia del mar."
"No señor nunca estudié nada."
"Viejo, has desperdiciado la mitad de tu vida."
Con gran tristeza el marinero se retira: "Si este hombre lo dice, he desperdiciado la mitad de mi vida."
El próximo día se repite la misma escena: "Viejo hombre, haz estudiado meteorología?’
"Que es eso señor? Nunca lo oí en mi vida."
"Por qué? Es la ciencia del viento, la lluvia y el clima."
"No, señor. Ya le dije, nunca fui a la escuela, nunca estudié nada."
"No has estudiado la ciencia de la tierra en la que vives; no has estudiado la ciencia del mar en el que te ganas la vida; ni tampoco has estudiado la ciencia del clima que te encuentras cada día? Marinero, has desperdiciado tres cuartos de tu vida."
La infelicidad del marinero era enorme: "Este hombre que tanto ha estudiado dice que desperdiciado tres cuartos de mi vida! Realmente debo haber desperdiciado tres cuartos de mi vida."
Pero el próximo día fue el turno del viejo marinero. Fue corriendo al cuarto del profesor gritando, "Profesor, señor, disculpe, a estudiado nadología?""
"Nadología? A que te refieres?"
"Si sabe nadar señor?"
"No, no sé nadar."
"Profesor, usted ha desperdiciado toda su vida! Este barco golpeó una piedra y se está hundiendo. Solo aquellos que saben nadar tal vez puedan llegar a la costa más cercana, pero aquellos que no saben se ahogaran. Lo siento mucho profesor, usted ha perdido su vida."



Shine on you crazy diamond

El cuento que acaban de leer no es producción propia, sino que es un cuento que comparten el último día de un curso de meditación vipassana que participé. Se los comparto porque tiene un mensaje que para mí fue de muchísimo valor. Vivimos en una sociedad donde alimentar el intelecto lo es todo. Conocemos todo menos a nosotros mismos. Yo me pase dieciocho años de mi vida en un aula y nunca aprendí tanto sobre mi persona como en estos diez días.
Les comparto mi experiencia, no para que solo la lean a modo de entretenimiento. Describo lo que pasa en mi cabeza con la clara intención de sembrar dudas, dudas que derivan en acción y cambio. Así nos contagiamos las cosas buenas de la vida.
La meditación vipassana viene de Burma (Myanmar). Quienes la practican dicen que es la técnica que enseñaba Buda a sus seguidores, y que su enseñanza se ha mantenido intacta por 2500 años.
Quienes me conocen saben lo racional y lógico que he sido toda mi vida. Romper esa barrera me es siempre difícil, pero un curso que es gratuito y del que todos me hablaban como un antes y un después, era garantía que tenía algo valioso para ofrecer y no es parte del gran negocio espiritual que uno puede encontrar en la india. A mí me llega por el boca en boca, ese contagio que a mí me llego es el que les quiero transmitir con estas líneas.
El curso consiste en diez días de total silencio, sin lectura, música, ejercicios, ni nada que a uno lo pueda distraer. Cada día hay programadas diez horas de meditación, solo interrumpidas por desayuno, almuerzo y un té por la tarde. El día empieza con un bong a las cuatro de la mañana, donde se inicia con la meditación.
Apenas llego al centro se respira un gran nerviosismo y ansiedad, todavía no rige el silencio por lo que aprovecho a charlar un poco. Hay unas 25 personas, mitad hombres y mujeres. Luego nos separaran por el resto del curso. Me toca compartir cuarto con dos chicos franceses con los que nos veremos las caras todo el tiempo pero no nos podemos hablar.
El lugar donde está situado el centro es un sueño. Con la cadena montañosa de los Annapurna justo en frente (una de las más altas del mundo), en medio del bosque, con el pintoresco lago Begnas a los pies… así va a ser fácil meditar.. Pensé… no sabía la que me esperaba!
Los primeros tres días son durísimos. Físicamente el sentarme con las piernas cruzadas durante tantas horas me vuelve loco, más teniendo en cuenta que pedaleo hace veinte meses sin elongar!. Psicológicamente hay una lucha con una mente salvaje. La meditación inicial consiste en un ejercicio donde simplemente tenemos que tratar de enfocarnos en la respiración, nada más. Algo que suena tan simple como sentarse y concentrarse en lo que el cuerpo hace automáticamente, respirar. Pensamientos de todo tipo invaden la mente y uno pacíficamente vuelve una y otra vez a la respiración. (Los desafío a que lo prueben ahora, solo cinco minutos ).
Mirar cada mañana, después de dos horas de meditación, la salida del sol, inundando de fuego los colosos nevados, era un milagro de la vida, sentía que me podía quedar allí en pausa, para siempre.
A partir del cuarto día nos enfocamos solo en la zona entre los labios y la nariz, para el quinto día pasar a escanear todas las sensaciones del cuerpo, de pies a cabeza. Acá no hay religión involucrada, no hay secta, gurú, mantra ni nada que imaginar. Es la mente observando materia, es uno experimentando su propio cuerpo.
La sensibilidad alcanzada a medida que pasaban los días me llevaba a que tal vez podía estar cuarenta minutos comiendo cuatro pedazos de manzana. Es que cada mordisco era un universo de vibraciones alrededor del cuerpo. Por primera vez en mi vida sentí que estaba, con cuerpo y mente, en ese momento. Hasta que me daba cuenta y se perdía (si pensas que estás viviendo el momento, ya no lo estás viviendo).
En el curso se plantea que la principal fuente de la miseria en la que vive el hombre es su insatisfacción, que nace de desear cosas que no suceden o el rechazo de otras que sí. Observando las sensaciones mientras meditamos, tratamos de mantener ecuanimidad, sin desear esas lindas vibraciones que me da la manzana, ni rechazar los terribles dolores en las rodillas. Aceptando las cosas tal cual son. (Me recordaba mucho a Krishnamurti)
Una de las mas lindas sabidurías que comparten es la de hacernos responsables de nuestros pensamientos. Los únicos dueños de lo que pasa por nuestra cabeza somos nosotros, entonces cuando estamos cargados de negatividad y enojo, no es culpa de nadie más que de nosotros mismos y nuestra interpretación de lo que a nuestro alrededor sucede. Ser positivo es una elecciónJ.
Y para ir terminando con la parte espiritual, una de las mayores lecciones, que comprendí, no a modo intelectual, pero en mi propia carne, es la de impermanencia. Yo estaba convencido que con el pasar de los días el terrible dolor físico se iba a ir yendo, y mi meditación sería mejor y mejor. Nada de ello paso. Cada vez que pensé que había ganado luego de una buena sesión de meditación con poco dolor, la próxima, pensando que ya había superado ese estado de pena, el dolor me volvía loco. Aceptar la impermanencia es aceptar la vida con todos sus dolores y que el ‘feliz para siempre’ no existe más que en nuestras mentes.
El curso se termina. Volver a hablar fue tan extraño. Es notable como la mente se llena de pensamientos apenas uno enchufa la maquina. Hablando, escuchando música, leyendo libros, Pum, la paz desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
El curso es durísimo, pero lo más difícil es mantener la meditación cuando uno vuelve a su día a día y la locura de la sociedad.


Back in Babylon

Con los amigos del curso nos fuimos todos a Pokhara. Junto con Javier, de Mexico, Grego y Sebastián de Francia, compartimos los especiales primeros días post curso, disfrutando de volver a la civilización y tratando de mantener las sesiones de meditación!
 Por momentos siento que estoy exactamente igual que antes del curso, pero por otros observo reacciones y pensamientos en mi que nunca tuve, especialmente cuando me invado de pensamientos negativos… quedan ahora muy evidentes. También de a ratos me siento con una gran paz interior, como que nada puede ser mejor. Obviamente sigo teniendo la humana reacción de tratar de atarme a esos momentos, pero vienen… y se van.
En Pokhara festejamos Holi. La gran fiesta hindú, llena de colores la gente se polvorea con mucho cariño. Nosotros terminamos bañados de pintura.
Después de este largo y especial parate volví a la bici. Paso una semana pedaleando el valle que bordea los himalayas en el oeste nepalí. Nunca disfruté tanto una ruta como esos días. Todo tiene una singularidad única, todo está vivo, no hay dos árboles iguales, las hojas bailan cada una su propia melodía. El mundo que me rodea no le pongo nombre y se muestra en toda su belleza. La vida en las aldeas, los carruajes, unos con búfalos desprolijos, cansados, otros tirados por elegantes bueyes, de blanco, con una sincronización y presencia que podrían llevar una princesa en lugar de todo ese pasto.
Los colores, los contrastes, como si me hubiera metido en una obra de arte, de autor anónimo.
Con el silencio de una ruta toda para mi, volví a la alocada India.
Tengo en mente un lugar invernal, de ventanas empañadas.
Camino al norte indio, la ruta esta apestada y yo quiero escapar. Siguiendo mi atlas de la India, me metí por rutitas secundarias que me regalaban la paz que necesitaba, solo por momentos. Llegue hasta un pueblo donde la ruta se corta, una barrera de parques nacionales en el medio y  del otro lado una ruta , casi un sendero, de piedra suelta. Ahí me entere que me estaba metiendo en una importante reserva de tigres.
En el pueblo me advierten sobre el peligro de estos hermosos animales. Pero yo también soy tigre en el horóscopo, no pasa nada. Cuando paso la barrera los militares me advierten que son cuarenta kilómetros de reserva, sin pueblos. Son las dos de la tarde y ya hice unos setenta kilómetros que se sienten en las piernas. Apenas meto la nariz en la selva me doy cuenta que va a ser durísimo. Las ruedas bailan sobre las piedras y no puedo ir a más de 5kms/hr. Una familia de ciervos se me cruza, y hasta se paran a mirarme. Hermoso. Me di cuenta que me estaba metiendo en un lugar realmente salvaje. Pienso en volver, por miedo que se me haga de noche en la reserva… pero volver a la ruta y la bocina… un poco de aventura pienso…
Sigo luchando con las piedras. Cada vez que freno, o hasta camino (que no hace mucha diferencia) es una sinfonía de pájaros y monos. Tantos monos!. Llego hasta la casa de unos guarda faunas. Les juro que parecía Jurassic Park. Alambrados de dos metros electrificados protegen todo el predio, lo cual me dio más miedo aún! De que se protegen tanto?. Trato de averiguar si hay alguna aldea adelante pero la comunicación se hace difícil sin ingles.
Después de casi tres horas, habiendo hecho solo 16 kms, me cruzo un tractor de indios que roban leña del parque. Me ofrecen un jalón que acepto, pero antes de los tres kilómetros les pido que me bajen. El tráiler salta tanto que mis huesos están por quebrarse. Me dicen que hay asfalto a diez kilómetros, lo cual me deja más tranquilo.
Una vez allí voy con el sol cayendo, cansado y apurado por llegar a algún lugar poblado. Finalmente salgo del parque y llego a una aldea donde un señor me invita a su casa. Contento y triste, de no haberme cruzado un tigre (pensaron q aparecía uno no?, bueno les regalo uno: Faltaba muy poco para salir del parque cuando decido pararme a comer unas bananas que estaba cargando. El ruidoso grito de los monos se silencia por primera vez. También los pájaros dejan su cantar. ‘Los debo haber asustado’, pienso. Tomo un poco de agua , tibia a esta altura. Miro unos arbustos que se mueven, no muy lejos de la bici. Espero la salida de un mono, uno de los tantos, pero no. Un tigre se asoma sin miedo. Parece no entender el caballo de aluminio que tiene en frente, le da una vuelta, me mira. Yo estoy congelado, tengo pánico y admiración por semejante bestia a la misma vez. Olfatea una de las alforjas y se vuelve a perder … en el denso verde que lo protege de nosotros…).
Me quede dos días en lo del viejito. Un viudo que tomaba todas las tardes hasta quedarse dormido. Atrás de las casas los trigales son trabajados por las mujeres. Entre tanto dorado bailando al viento, sobresalen vestidos azules, rojos, y verdes. El sol del atardecer completa el inspirador escenario que vivo desde la terraza de la casa. Ellas me ven y me invitan a ser parte. Bajo y saco algunos yuyos, lo cual entre risas me dicen que pare, ese es el trabajo de ellas. Me invitan a tomar té. Como me gustaría poder hablar el mismo idioma.
De nuevo en la ruta, destino Rishikesh. Esta ciudad se volvo muy popular por ser donde los Beatles tenían su ashram. Por qué los Beatles venían aquí lo entendí rápidamente en la ruta. Voy pedaleando y empiezo a sentir un fuerte olor a marihuana. Miro al costado y me encuentro con matorrales salvajes, plantas de más de un metro de alto, increíble!. Me acompañarán todo el resto del viaje ornamentando la ruta de olor y color.
Rishikesh tiene poco para ofrecer. Ashrams y yoga para turistas por todos lados. Nada realmente puro, más que el Ganges. Muy cerca de su naciente, el mítico rio aquí es verde esmeralda y bien frio!. No me anime a darme el sagrado baño en Varanasi, viendo lo que allí pasa, pero en Rishikesh el chapuzón fue hermoso.
Más tarde, con el sol cayendo y el rio vistiéndose de plateado, la música llega a las escalinatas, turistas de todos lados mezclan su arte y regalan una pacifica melodía. Veo un mate salir y corro a interceptarlo. Dos chicas argentinas de viaje por el mundo. Encontrarme argentinos, que no son muchos, es a esta altura, nostálgico. Con solo escuchar el acento mi cabeza viaja por mis memorias.


Donde la tierra y el cielo bailan un tango

De lleno a los himalayas. Evitando rutas transitadas empiezo a subir rio arriba por las primeras cadenas montañosas. Rutas muy destruidas, angostas y peligrosas. Pero entre valles y cañones que roban el aliento.
Unos chicos me paran en la ruta apenas había empezado el segundo día en las montañas. Me invitan un té y junto con el té la invitación a pasar el día. Son unas tres o cuatro casas al borde del precipicio. Abajo un rio que corre con furia y al fondo un interminable valle. ‘Hoy vamos a ir a desarmar la casa de mi abuelo, para reutilizar las maderas en nuestra nueva casa’. La casa del abuelo está a unos cinco kilómetros que hacemos caminando. La casa esta unos 500 mts de la ruta, para llegar hay que bajar un empinado sendero por el bosque, hasta el rio. La casita de piedras y madera es un lugar soñado, hoy en ruinas.
El trabajo consiste en llevar las maderas (enorme tablones) hasta la ruta, donde por la tarde pasará un camión. No les voy a mentir, una parte de mi cabeza decía ‘ en la que me metí’. En un viaje en bici, lo último que queres hacer cuando paras es actividad física. Acá habían chicos de hasta 14 años cargando madera. Yo no me podía quedar sentado, diciendo, ‘yo estoy cansado’. Así nos pasamos todo el día subiendo pesados tablones hasta la ruta.
La madre trajo de comer el almuerzo (cargó en la espalda comida para unas 10-15 personas!) y aprovechamos el parate para un baño en el frio rio. En la tarde seguimos hasta que no había nada más que cargar. Todos en la caja de camión volvimos al pueblo, en un peligroso viaje. Descargamos todo a oscuras.
Me gustó la experiencia porque muy seguido veo gente haciendo duros trabajos físicos al costado de la ruta y por un día me toco embarrarme con ellos y comer del mismo arroz con la mano. Para romper prejuicios, de ambos lados.
La mañana siguiente no me podía mover, pero igual seguí viaje. Voy camino al norte, entro en el estado de Himachal Pradesh. Un día duermo en la cocina de un restaurant, otro día en una hermosa casita de madera después de que una familia me salve de una lluvia-nieve torrencial.
Llego al valle de Kinnaur, la primera noche me encuentra durmiendo con los babas en un templo hindú. Estuve horas sentado al lado del fuego con el baba pintando la frente de sus fieles, sin hablar una palabra. Cada tanto llegaban ofrendas (comida) y el baba me las daba a mí! Ejej. Al fondo del templo hay aguas termales! Aprovecho a darme un buen baño de agua caliente.
La ruta gira hacia el este y se va metiendo por la cadena del gran Himalaya, bordeando Tíbet. Por eso necesitaba hacer un permiso especial en la ciudad de Rekong Peo (hay mucha presencia militar y los turistas solo pueden entrar por tiempo limitado).
La activa ciudad de Rekong Peo está justo al frente del monte Kinner Kailash, un enorme macizo de roca y hielo, sagrado para los hindúes. La vista es espectacular. Mientras caminaba por la ciudad, observando la gente con sus simpáticos y tradicionales gorritos verdes, escucho una voz que me llama. Miro y estaba Klaus, el ciclo viajero que conocí en el sur, sacando la cabeza por la ventana de un colectivo.
Valla coincidencia!! Éramos los únicos dos blancos en la ciudad y nos conocíamos!. Lamentablemente Klaus se canso de la bici y ahora se estaba moviendo en bus. Viajaremos juntos todo el resto del viaje, coordinando los pueblos de encuentro.
Visitamos Kalpa, un pueblo a mayor altitud que Rekong, con vistas aun más espectaculares y una vida más tranquila. Nos quedamos allí unos cinco días… disfrutando el hacer poco más que contemplar. Una mañana nos levantamos y estaba todo blanco. Cuantas memorias de mi infancia!!! Hice un muñeco de nieve que le costó varios días al sol de primavera derretir.
Sigo camino, ahora por una de las rutas más peligrosas del mundo sin dudas. La NH22 o ruta indo-tibetana  lo tiene todo. Es que la intrépida ruta trata de pasar por lugares que la naturaleza no quiere. Lluvia de piedras, deslizamientos, cruce de glaciares y ríos, todo bordeando largos precipicios, en una ruta que no tiene más de tres metros de ancho.
Las famosas ‘shooting stones’, no las tomé muy en serio, hasta que el ruido de un balazo y mi manubrio abollado me dan cuenta del milagro. Por centímetros la roca no me rompe la cabeza. Es que cortaron la montaña para hacer una ruta y por momentos pedaleo al lado de paredes de roca que no se ve donde terminan, una piedrita que se suelta arriba es mortal al llegar a la ruta.
Trato de no volverme paranoico, pero pedaleo rapidito y alejado de la pared (bien cerca del precipicio). Pedaleo durante dos días. Todo lo que me rodea ya es montañas y nieve. Los bosques van dando lugar a unos pocos pastos que sobreviven un clima hostil.
El pueblito de Nako, a 3600 mtrs de altitud, es mi primer parada en la alta montaña. Un anfiteatro de colosos adornan el panorama en 360 grados. Las caras se van achinando. Los templos hindúes desaparecen dando lugar a los monasterios budistas. Las casas ya no son de madera,  sino de roca y barro. Las plegarias budistas son los únicos colores en un pueblo que todavía vive el gris invierno. Las plantaciones en forma de terraza las trabajan hombres, mujeres y yaks. El pueblo todavía tiene nieve en las callecitas, evidenciando un invierno durísimo.
De Nako sigo viaje a Tabo, el primer pueblo dentro del valle del rio Spitti, una de las regiones del mundo donde mejor se ha conservado el budismo tibetano.
En el camino, un deslizamiento cortó la ruta. Un grupo de diez personas trata de empujar rocas gigantes al precipicio para poder reabrir la ruta. Con la ayuda de unos chicos pasamos la bici. Los autos… a esperar todo el día.
LA ruta pasa a escasos cinco kilómetros del Tíbet. El paisaje cambia, el cañón del rio Spitti se va abriendo en un desierto de alta montaña espectacular. El viento ya es bien frio y seco, las noche son heladas. Las achinadas caritas tienen la cara quemada. Un lugar no apto para pieles sensibles.
En Tabo me reencuentro con Klaus y unos amigos canadienses. Es mediados de Abril. Dado el frio de esta época, somos los únicos turistas por aquí. La mayoría de los altos pasos de montaña están aun cerrados por nieve. La mayoría de las facilidades para el turismo están cerradas, cuartos, restaurantes. Para mi es ideal. Nos cuentan que incluso en temporada es un lugar de poco turismo debido a la inaccesibilidad (doy fe!). Sorprende, porque es uno de los lugares más bellos y vivos que he visitado. Vivo porque se mantiene intacta la cultura y vida de los pueblos, no son maquetas para el turismo.
En Tabo aprovechamos a visitar un monasterio de mil años de antigüedad, hecho todo de barro y roca.
Luego seguí viaje al monasterio de Dhankar. Un pueblito construido a 600 mtrs sobre el rio, con vistas espectaculares de todo el valle. El monasterio parece que se va a caer al precipicio, alucinante.
Nos quedamos con los monjes que nos dan alojamiento y comida por unas rupias. Viendo su día a día, mi idea sobre estos lamas paso del ideal a lo real. Es que siempre imaginé que un monje budista (en una generalización burda) era un hombre que decidía dejar su vida de confort para adentrarse en un camino de auto descubrimiento. Pero la cosa no es tan así. Los monjes aquí son en su mayora el segundo hijo varón de las familias, que es enviado al monasterio donde aprenderán religión por veinte años. Luego tienen la opción de renunciar, algo que está muy mal visto. Entonces me encontré con chicos que no tuvieron mucha opción más que ponerse la túnica, que les gusta ganar plata igual que a cualquier otro ser humano, mirar televisión y comer mucho. Ni mejor ni peor, real.
Desde este pueblo nos fuimos caminando a uno cercano. Encontramos muchísima nieve en el camino lo que hizo lo hizo muy cansador. Nos habían dicho que nos llevaría dos horas llegar, pero cuando ya había pasado ese tiempo nosotros estábamos con nieve hasta las rodillas sin un pueblo en el horizonte. Nuestra idea era ir y volver en el día, por lo que no cargábamos mucho más que agua. Nos sentamos para pensar un poco que hacer. Podíamos volver y ya sabíamos lo que no esperaba, o seguir.. y dejar que el destino nos sorprenda… decidimos la segunda opción… y que acertado que fue!
Dos horas más de barro y nieve hasta llegar a Lalung. Nos recibe un chico que pasea su yak por las callecitas. Nos lleva a su casa y nos invita arroz. Es la primera vez que entramos en una casa en esta región. La calidez del lugar no tiene descripción posible. Con un hogar a leña en el medio, que también hace de cocina, almohadones todo alrededor para sentarnos en el piso. El techo es bajo y está hecho con ramas y troncos , cubiertas de barro hacia afuera y cubierto con pintorescas sabanas hacia adentro. Hay columnas de madera talladas. Aquí desayunan, almuerzan, cenan y duermen durante el invierno.
Después de un té nos acompaña a una casa que la señora nos ofrece ‘home-stay’, techo y comida por unas rupias en una casa de familia. Utilizaremos esta agradable forma de alojamiento el resto de nuestra estadía en las montañas.
Las casas por fuera son blancas, cuadradas, de techos planos donde secan pastos y madera. En la planta baja viven animales , los humanos arriba. Todo el funcionamiento me hace muchísimo sentido. Nadie se preocupa por la pulcritud, chicos, animales, tierra, todos parte de la naturaleza. Los desechos del baño no son problema sino un gran fuente de energía y abono para las terrazas que mañana volverán a crecer alimentos. Los desechos animales son  fuente de calor en las frías noches. Las vacas dan su leche, los yaks dan su fuerza para arado.
Pocas cosas crecen aquí, principalmente arvejas y cebada. La cebada es por excelencia la principal comida, la cocinan en todas sus formas (y a mí me encanta!!). También aparece el té de manteca, calorías para una vida dura.
Sentados en el techo del home stay vivimos la paz que este lugarcito nos regala. Con el sol calentando aún con sus últimos rayos, un viejito al lado mío recita mantras mientras gira la rueda budista en sentido horario. Un poco más allá está su hermana, otra viejita, que acomoda el queso de yak para que el sol lo seque. Arriba los gigantes nevados, abajo los animales siguen trabajando la tierra hasta que la luz se va. Y yo mientras pienso que afortunado que soy de estar acá.
La mañana siguiente volvimos bien temprano, cuando la nieve aun estaba congelada. En mi cabeza surgió la idea de bajarme de la bici.. y recorrer pueblos y montañas a pie junto a mi amigo Klaus. Estacionar la bici será sano para mi cuerpo y mente después de veinte meses de pedaleo casi ininterrumpido. Y así fue.
Después de Dhankar fui pedaleando hasta Kaza, el pueblo más importante del valle. Volvimos a comer fruta y dulces indios. Deje la bici en un hotel, cargue la mochila y salimos.
Nos pasamos casi un mes caminando los himalayas. Los pueblitos, valles y monasterios. Mañanas haciendo pasos de montaña cargados de nieve, lugares increíbles, todo sobre los cuatro mil metros de altitud. Intentamos enseñar ingles en el valle del rio Pin, en  una escuelita de trece alumnos de cuatro a diez años de edad…El profe del pueblo nos alojó por una semana en su casa, y el primer día nos dijo: ‘ustedes vayan y empiecen, yo tengo que darle de comer a los animales’. Me saco el sombrero con los profes… que difícil que es.
 Aprendimos y jugamos cricket entre la nieve, cocinamos con monjes y celebramos el cumpleaños de Buda en el espectacular monasterio de Kye, construido en la cima de la montaña, custodiando el valle.
Volvimos a Kaza con el corazón lleno, pero ya extrañando un poco la otra India, la ruidosa. Yo desarme la bici porque los pasos más al norte seguían cerrados ( y no quería pedalear esquivando rocas de nuevo por la misma ruta).
Empezamos el lento retorno. Tardamos tres días para hacer 500 kms que no sacaron de los himalayas, con la bici sobre el techo del bus.
Yo me vuelvo pensando… la simpleza con la que esta gente vive. Por generaciones no han necesitado nada más que lo que la naturaleza les brinda. Con la llegada de la electricidad y la televisión son testigos de una india para muy pocos (hay que ver las publicidades!!, la gente , las casas, los mensajes de la televisión.. terrible). Espero tengan la sabiduría de valorar lo que tienen sin comerse el buzón de occidente.. que solo les traerá tristeza.


El libro que duerme

A medida que bajamos al nivel del mar, vuelven los olores de la vegetación, el verde de la primavera, cosas que ya me había olvidado entre tanta piedra y roca.
Pasamos de noches heladas a los cuarenta grados, vuelve la fruta y la verdura fresca!
Visitamos el estado de Punjab, tierra de los Sikh. Esta religión es una de la más modernas del mundo (SXV) y es una mezcla de islam e hindú.  Los hombres son muy fáciles de reconocer:  de turbantes, largas barbas y dagas.
 La primera parada fue en Anandpur Sahib. Dormimos en el templo y comimos en la cocina comunal. Esto es algo característico de los sikh, las cocinas comunales para cientos, donde la gente se acerca y come gratis. Todo se mantiene con limpieza estricta.
Disfruto mucho de la vida del templo, lleno de peregrinos que visitan y rezan.
Desde la terraza del templo, de blanco brillante, veo como pasa la vida debajo, en la ruidosa ciudad. Religiosos cantan y tocan instrumentos. Pienso en el contraste de dos mundos tan diferentes, separados solo por unas montañas.. también pienso en cómo voy a extrañar a la India.
Fuimos hasta la frontera con Pakistán, a la sagrada ciudad de Amritsar. Aquí se encuentra el templo dorado. Es uno de los templos más importantes de la india. Es aquel que fue bombardeo por Indira Gandhi treinta años atrás. Luego le costará su vida, siendo asesinada por dos de sus guardaespaldas, de religión sikh. Es que es el templo más sagrado para ellos.
El lugar es de una espiritualidad increíble. El templo de oro esta en el centro de un lago, que a su vez es rodeado por otro templo  de blanco impecable.
Aquí también hay cocina comunal donde le dan de comer a 200 mil personas por día, manteniendo un orden y una limpieza espectacular. Nosotros también comimos aquí, hasta dimos una mano pelando ajo y cortando tomates. Todo es masivo. Las ollas podrían hacer de jacuzzi en cualquier casa. Hay dispensers con chai gratis todo el día. La comida es básica pero rica, siempre sirven arroz con leche.. que rico el arroz con leche!
También hay donde dormir gratis para todos. Los indios se tiran en el piso del templo, a los extranjeros los ponen todos juntos en pequeños cuartos.
Mi segunda noche decidí probar dormir afuera, al lado del lago bajo la luz de la luna. Allí conocí un chico indio que venía de dar exámenes y antes de volver a su pueblo pasaba la noche en el templo. Me explica un poco sobre la religión Sikh. Los lideres llamados Gurús, fueron humanos hasta el decimo, que decidió que su sucesor sería un libro. Es  ese libro el que se exhibe en el templo de oro en medio del lago. Pero no es un libro cualquiera, a medianoche una multitud se convoca para llevar el libro a dormir. Es que tiene una cama, con aire acondicionado y ventilador. Yo soy testigo de este fenómeno. Mientras el libro duerme, limpian el templo de punta a punta con agua y leche. A eso de las tres el libro se despierta (o lo despiertan?) y lo llevan de vuelta al templo.
Justo mientras esto sucede hablábamos de India y lo fuerte que es la familia y la tradición, que deja poquísimo margen a la libertad de los jóvenes. Viven una competencia feroz desde la escuela y cualquier paso en falso puede ser terrible. Todo los jóvenes con los que hablo tienen terror de salirse del esquema que la sociedad les presiona para que sigan. Pero India sin toda su tradición no sería India… no habría quien lleve el libro a dormir.
A eso de las cuatro nos dimos una inmersión en las sagradas aguas del lago (el néctar le llaman).
Es una noche especial en la que mi corazón se va despidiendo de India.

Después vendrán días en la alocada Delhi, donde Klaus queda tirado con salmonella y yo aprovecho a escribir esta larga crónica.

Dejo este país con una hermosa confusión, una humana confusión. El que llegó no es el mismo que se va. Así sintetizo India.

Pero no hay tiempo para nostalgias. Lo que se viene es igual de intenso. Me espera un ansiado abrazo maternal en California, desde donde empiezo a pedalear un largo regreso a casa.
Cruzar Latinoamérica a pedal es un anhelado sueño para mí. De a poco sentir que las cosas se vuelven más familiares, hasta despertarme una mañana con ese viento que canta en mi Rio Gallegos querido.
Pero no voy solo, tengo un acompañante de lujo. En tiempos donde esta enferma sociedad lleva a que hermanos se peleen por plata, el mío se me une par que escribamos juntos paginas imborrables en nuestras vidas. Qué más puedo pedir?

Como dice Arbolito..Volver… no hay nada más lindo que hacer..

Con el cariño de siempre.
Gran Abrazo!

Pablo

2 comentarios:

  1. Como puse varias veces, es un placer leer tus relatos y reflexiones. Siempre que te leo después me pregunto como será tu vuelta.. y parece que la vuelta se esta acercando. El blog sigue firme en "Favoritos" esperando nuevas experiencias.
    Un abrazo grande. Mani.

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  2. ¡Felicitaciones! Me complace que haya discutido esta información esencial a mi lado. ¡Muchas gracias!
    Paquetes de viajes India

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